Publicado el 11 de febrero de 2010 en el Diario Montañés
En realidad, el debate en España sobre si la energía nuclear sí o la energía nuclear, no, viene de largo. Lo mismo pasa con las plantas de basuras, con los cementerios de residuos peligrosos, de aviones, hasta llegar a nuestros días con el debate eólico, y si se deben poner más molinos o menos, según que monte o según qué vistas. Para empezar, esto se me parece mucho a lo de quitar de fumar en los sitios entre tanto el Estado se lleva una suculenta tajada de beneficio en cada cajetilla, vía impuestos. Quiero decir que disfrutamos alegremente de una electricidad y de un derroche que terminan en desperdicios, al tiempo que levantamos la voz acerca de la energía que más nos gusta, y donde se deben poner las plantas productoras o de desechos, mientras no sea cerca de mi casa. Ciertamente, yo haría lo mismo si se trata de un cementerio nuclear, y nadie me ha preguntado, y no hay consenso, ni debate, y alguien quiere tirar de frente como en los tiempos de Franco.
Mucho me temo que no sólo están las opiniones y deseos personales, sino el desarrollo en sí y la seguridad en este caso de toda una nación. En algún lugar hay que guardar bajo tierra los residios nucleares, o, solidariamente, nos los comemos entre todos. Un ayuntamiento que presenta su candidatura para albergar algo así, hay que saber de las compensaciones de todo tipo que puedan percibir. Otra cosa es que lo que reciben repercuta directamente en los residentes, cuya opinión debe prevalecer antes que nada. Que alguien de fuera de un municipio candidato a los residuos radiactivos, venga a manifestarse sin tener en cuenta a los del pueblo, ¡tiene tela el temita! Lo primero, son los vecinos, después los vecinos y, finalmente, los vecinos. En este país somos muy dados a hacer un debate nuevo cada día, y a tirar de paso la piedra y esconder la mano.