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Encuestas que vienen y van

Las encuestas de intención de voto electoral es otra forma de autoflagelación que tienen los medios de comunicación españoles más importantes. El día después a las elecciones, cuando no han dado ni una, se comportan como ese que se pone a silbar y mover ligeramente la pierna derecha hacia la izquierda y la pierna izquierda hacia la derecha, como para pasar lo más desapercibido posible y nadie le llame tonto. Cada casa, por la buena o mala situación que atraviesa, tiene su propia encuesta, que empieza en el rechazo, sigue con la incredulidad, pasa a la abstención, o decide cambiar de voto para ver si alguien, en sus propias palabras, arregla algo.

A dos meses de las primeras elecciones, me temo que aquí no cuenta nadie la verdad ni al médico. Para la jornada electoral, quedan las llamadas encuestas israelitas, que los partidos políticos preferentemente hacen a la salida de los colegios electorales. Tampoco resultan de fiar a tenor de lo que ha pasado con las últimas elecciones autonómicas y nacionales y, en algunos casos, también municipales, donde el alcalde o la alcaldesa de toda la vida tuvieron que dejar el sillón a otro ya que las encuestas no acertaron.

Las encuestas vienen y van. Dan para el comentario en la barra del bar, pero no olvidemos que también pueden influir en algunas personas, porque no quieren que gane fulanito o menganita, y entonces repiten su voto al que ya se lo dieron la vez anterior. El voto es de las pocas cosas libres que quedan en este país, aunque tengamos una Constitución con tantos derechos, que habla incluso del trabajo, de la vivienda y de la libertad de opinión y manifestación. Las leyes pequeñas no paran de reinterpretar constantemente a la grandona que es la Constitución, y el trabajo escasea, las casas se desahucian, y ojito a manifestarse en la calle por el pedazo de multa e incluso cárcel que te puede caer. Por eso queda el voto personal y el día del voto como lo más inamovible. Los españoles contamos sin que nos lo pregunten que somos del Real Madrid, el Barça o el Atlético de Madrid, pero con el voto no, con el voto no funcionamos así. Tan extrovertidos como nos creemos, pocas cosas hacemos en la intimidad, como para decirle sin más a un encuestador de calle que votamos a tal o a cual. ¿Sin explicarlo y meter un rollo a quien te lo pregunta, quejándote de todo? Esto es ser realmente español, y, además, las circunstancias acompañan el derecho a la queja. Lo que cuentan después las encuestas, es ya otro cantar.

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