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En las multas sí somos iguales

En España robas hasta hartarte y no pasa nada. Pero cometes una tropelía al volante de un vehículo y puedes terminar en la cárcel. La escrupulosidad en todo lo relacionado con el tráfico nos hace pensar que es el asunto nacional más serio, el que mejor funciona, y, lo más importante, frente al que todos los ciudadanos nos sentimos iguales. Nadie: ni realeza, nobleza, políticos, financieros, periodistas o jugadores de fútbol pueden ser huidizos o escamotear a los guardianes de las leyes de tráfico como son la policía municipal, los agentes de movilidad o la Guardia Civil. Cuando el poder sabe convivir con los auténticos sentimientos de la calle, todo va sobre ruedas. Pero lo que digo muchas veces es un cuento de  hadas, ya que sucede todo lo contrario. La sobredosis de protagonismo en las televisiones es lo que tiene. Llega un momento en que no se piensa que hay que tener cuidado en las cosas cotidianas, como aparcar mal el coche en la Gran Vía de Madrid, en carril-bus además, y luego te enzarzas con los municipales. Parece que tendría que salvarte de este tipo de altercados el haber sido concejala madrileña, presidenta del Senado o Ministra, pero no, lo empeora. Y, claro, los ciudadanos no llevamos bien la manipulación de las palabras y los hechos porque luego, la culpa, la tienen los de siempre: los medios de comunicación que siendo de un palo o de otro distorsionan los hechos.

 Pedir perdón, sólo pedir perdón, y cumplir con la multa es lo único que se hubiera pedido en un caso como éste. Que la protagonista salga al día siguiente en todas las televisiones, radios y periódicos dando explicaciones de lo más variopinto, desde ser famosa a que el guardia no debe poner multas si es una persona que tiene nervios y ansiedad, están completamente fuera de lugar y aclara sobre quien las pronuncia cómo es realmente. Nuestros peores males, precisamente contra los que más deben luchar las personas públicas o muy conocidas y valoradas socialmente, son creernos más que nadie, tirar del cargo para meter miedo con el “usted no sabe con quien está hablando”, y propiciar el embudo ancho para mí y estrecho para los demás. Cuando se tiene la oportunidad además de opinar en periódicos, y decirle a los demás cómo son y se han de hacer las cosas, eres la primera persona que se debe poner las pilas de la ejemplaridad. Nunca seremos una democracia completa hasta que no se empiece a dimitir por estas pequeñas grandes cosas, como es montar un pollo a un agente del orden, pasar de él, darse a la fuga y luego no bajarse del burro. Hacerlo peor en un solo día es imposible.

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