“Cuentos para algunos adultos”, de María Dolores Gómez Roldán
Publicado el 23 de octubre de 2009 en el Diario Montañés
Escribir para recordar la vida y obra de María Dolores Gómez Roldán (Santander, 1937-2005) me produce una tremenda relajación producto del grato descubrimiento que experimento al conocer de la trayectoria vital de esta mujer, a quien me hubiera encantado tratar en vida. Clónico ejemplo de su madre, su hija Lola heredó en vena intentar dar siempre lo mejor de sí, y por eso todos sus recuerdos se hacen acompañar siempre de las vivencias tan increíbles que dejó escritas la mujer que la parió. El filósofo Emerson escribió en uno de sus tratados sobre el comportamiento que el ser humano se convierte en aquello que piensa realmente. María Dolores Gómez Roldán tardó lo suyo decidirse, pero terminó finalmente por creer en ella misma y ver (como también opinaba Emerson) que el entusiasmo es uno de los motores más poderosos para vivir, lo que la llevó a alcanzar, en primer lugar, una gran paz interior y, a continuación, el éxito como escultora y escritora, dos aspectos que quiero poner de relieve a los cuatro años de la desaparición de la autora de “Cuentos para algunos adultos”.
De niña creció y vio no pocos acontecimientos culturales en el Teatro Pereda, propiedad de su familia, pero no pudo ver cumplido su sueño de formarse en las clases de Bellas Artes, en Madrid. Ello no le impidió codearse y hacerse respetar por intelectuales de la época. Nos ha dejado como herencia colectiva un libro que narra su propia vida, contada de forma tan real que resulta altamente sugerente para el lector, inmerso en la problemática concreta de su propia existencia. Como la película que se acaba de ver, “Cuentos para algunos adultos” no se puede contar; hay que leerlo y sacar conclusiones propias. Las reflexiones de María Dolores sobre la falsa moral, emparentada con la hipocresía de una burguesía decadente y no menos falsa, o sobre el papel segundón de la mujer en el ámbito familiar y no digamos social y profesional, son antesala de la búsqueda de ese equilibrio total de papeles entre sexos que ha protagonizado largas etapas del siglo XX, y ahí seguimos. Como ella recomendaría, la igualdad de sexos es obligada en la relación, en el saber cómo amar mejor, y en el respeto permanente derivado de la convivencia.
“Creo que los padres deberíamos educar a nuestros hijos para que no sean tan mordaces y no hieran con sus palabras a otros”. Es uno de muchos pensamientos que dejó escritos, al tiempo que nos ponía sobre aviso acerca de la falta de respeto latente entre los miembros de una sociedad cada vez más adormecida, nada crítica, que ni siquiera sabe poner orden en casa propia, y me refiero, claro está, a la relación entre padres e hijos. Eso no le sucedió a ella con los tres de su “propia sangre”: José, María Dolores y Kino. Nunca dejó de inculcarles esa otra máxima tan de actualidad por la crisis, la pobreza, la cola del paro o los crímenes sexistas: “hay que pasar por la vida sin crear ningún problema a nadie, y morir de la misma manera”. Difícil, muy difícil de cumplir por donde quiera que lo analices, aunque vale la pena leer de un tirón las propias experiencias en este sentido que tuvo María Dolores Gómez Roldán. Si sabes ser, lo practicas de continuo y dejas legado escrito, es imposible no seguir echando leña a la hoguera del recuerdo a una madres por parte de sus hijos, de quienes la trataron estrechamente, o por un compañero como Luis que tanto añora. Al hablar con Lola hija lo entiendo mejor: “mi madre nos enseñó que el plato principal de la vida es amar con todas tus fuerzas, y saber entender cuando puedan surgir adversidades inesperadas”. Sé perfectamente a lo que se refiere, quizás por edad, o porque lo que le pasa en la sociedad actual es más que preocupante desde el punto de vista de los muchos que no quieren aprender, que no respetan ni escuchan y que tienen aspiraciones tan vacías como su propia vida. De quedarme con lo peor, está lo de no escuchar.
María Dolores Gómez Roldán empezó a cambiar cuando empezó a escucharse. Una vez, acudiendo yo a la lectura de uno de esos libros en los que tratas de aprender lo que nadie te ha enseñado antes, como amar, fije mi interés en esta frase: “para una mujer, un hombre que sabe escuchar, es un hombre que sabe querer de verdad. Si escuchamos en la vida diaria, es más fácil percibir esas señales silenciosas que en tantas ocasiones expresan sentimientos de amor”. Da para reflexionar, ¡verdad! (“Cuentos para algunos adultos”). María Dolores es todo un descubrimiento como persona y escritora; pensó y requetepensó mucho, aunque nadie puede ponerse en piel ajena cuando se trata de las cosas del corazón y, más allá, de los hijos. Como madre, ya lo creo que cumplió. Como compañera, un día llegó finalmente el amor, y fue el espejo en el que supo crear, esculpir, escribir y levantarse cuantas veces hiciera falta por culpa de un desaliento o fracaso. El buen día llegó y puso en práctica una forma de relacionarse que ya le acompañaría hasta el final: dar amor, cuando eres realmente correspondida, y estrechar lazos continuos con los que crecen y se hacen a tu lado, sin esperar nada de todo lo superficial que hay en la vida, que es mucho. En la página 119 de su libro (desgraciadamente no le dio tiempo a escribir más), María Dolores nos habla de esta clave: “las personas somos como un libro, unas veces los lees hasta el final y otras, en los primeros capítulos, lo cierras porque no tienen interés para ti”. Empecé a leer su obra póstuma en las primeras horas de la tarde de un sábado, y lo acabé antes de que comenzará alguna de las películas nocturnas de acción, de misterio, de presente o sobre el futuro. Era tarde ya para que una trama televisiva me ofreciera mejores experiencias o respuestas que las que María Dolores Gómez Roldán me había aportado.