El FMI, vaya usted a saber mandado por quien, no para de dar patadas en las espinillas a España. Debe parecerle a poco los sacrificios que se han hecho ya, para venir ahora a pedir un 10 por ciento de los sueldos de los españoles y una nueva subida del IVA. Sacrificios que llevan nombres de millones de parados o de trabajadores temerosos por engrosar la lista de desocupados. Sacrificios en la sanidad, en los medicamentos, la dependencia, en la educación, en las universidades públicas. Sacrificios en la falta total de futuro para los jóvenes en edad de trabajar, en cientos de miles de familias sin prestación económica o ayuda alguna, salvo la de Caritas o los bancos de alimentos. Y no hablemos de impuestos, en la subida de todos sin excepción, lo que hace que los españoles no tengan euros en el bolsillo, no gasten, y todo tipo de negocios, hasta de la hostelería que parecían los más blindados por el vino, la cerveza y la tapa, cierren.
Con este escenario de insomnio, el FMI pide más sangre. Les preocupa el alto índice de paro y que toque especialmente a la juventud. Y a nosotros, no, no nos preocupa. Es mentira que la troika formada por el FMI, la Comisión y el Banco Central Europeo se hayan dado cuenta del abismo al que nos ha llevado tanta austeridad, recortes, ajustes, esfuerzos, dinero gratis dado a la banca, y demás insensateces. Por cierto, todo ha recaído sobre los de siempre: trabajadores y parados. Su discurso, el de estas instituciones caducas en ideas y proyectos, se ha quedado demasiado viejo. Los ciudadanos quieren avances de una vez por todas, pero no vale seguir con la misma cantinela desde el año 2007, y estamos ya cerca del 2014. Un año, dicen que la recuperación al siguiente; al siguiente, que al otro, y algunos ya hablan – sin pudor alguno – del 2020 en adelante. En honor a la directora del FMI, la francesa Christine Lagarde, hay que decirle al Fondo Monetario Internacional que se vaya un poco a la “merde”, compruebe cómo se vive así, y después cambie su estéril discurso que va contra la ciudadanía de la que dependen y cobran sus suculentos sueldos.