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EL ASESINO FUE EL COLUMPIO

Publicado el 26 de diciembre de 2009 en el Diario Montañés

La culpa de la trágica historia de Aitana Rubio García la tuvo realmente un columpio. En la teoría metafísica del columpio, el niño gira sobre el eje del asiento en el momento preciso, consiguiendo así impulsarse y llegar un poco más alto en cada nuevo movimiento corporal. Sucedió en un 24 de noviembre, no tengo certeza de la hora exacta. Los columpios están al sur de Tenerife, donde Aitana vivía con su madre y el compañero sentimental de esta, Diego Pastrana. La caída del balancín fue mortal y dos días más tarde, un primer parte médico habla de “hematomas, magulladuras, múltiples quemaduras en la espalda y desgarros vaginal y anal”. Con estas cuatro últimas palabras del parte ambulatorio, el suceso da un giro vertiginoso y se convierte en una noticia de impacto nacional con el encarcelamiento del joven Pastrana que, de la noche a la mañana, se convierte en asesino y violador. De inmediato, sin pisar el freno, las reacciones se suceden en cascada. Estas son algunas de las que yo escucho en personas que se erigen en inquisidores circunstanciales: “Algunos seres humanos se comportan peor que muchos animales”; “hay que cambiar las leyes para proteger a los niños de criminales así”; “¡sinvergüenza, asesino…”!. Mientras ingresa en dependencias policiales, esta última frase se la brinda una señora a la que un cámara de televisión le pide que le grite algo al pasar cerca de ella.

Hasta el segundo parte médico, definitivo, Diego sufre un linchamiento de críticas de todo tipo de gente y medios de comunicación, que no le conocen de nada y desconocen la verdad de los sucedido. El terrible golpe en la cabeza que sufrió al caerse del columpio fue el causante de las graves lesiones de la pequeña Aitana, y de las cuatro paradas cardiorrespiratorias que tuvo antes de morir. Era ya demasiado tarde para dar marcha atrás. Se había dicho de todo, y la imagen y el nombre de este trabajador ocasional de la construcción estaba muy empañada. Nadie queda libre de culpa en todo este guión de película de terror. Yo mismo podría haber escrito en aquellos días sobre este buen señor, llegando incluso al insulto cuando la sospecha se cierne en que, supuestamente, la niña había sido asesinada, violada y maltratada por él. ¡Que error fatal! Tremendo para este hombre, para su familia, para la madre de la niña, por partida doble. No es de extrañar que Diego Pastrana se encuentre ahora en tratamiento psiquiátrico severo. Ha recibido perdones, pero no de todos. Tras la noticia errónea, los medios de comunicación, en general, han estado a la altura de las circunstancias. Y han acompañado el mea culpa con unos amplios reportajes sobre Pastrana, donde ha tenido ocasión de contar que se ha sentido tratado peor que un terrorista. No le falta razón.

Una cosa es cierta: hemos hecho de la información tal cantidad de sucesos morbosos de todo tipo, que hay telediarios que se llenan enteritos a costa de lo que un día cualquiera pasa de punta a punta de España. Violaciones, asesinatos, maltratos, niños, agresiones en la escuela, prostitución, drogas, alijos, mafias, robos, ajustes de cuentas, violencia de género… Lo peor es que el público, aunque lo neguemos, devora tal cantidad de noticias que luego se repiten porque sirven de conversación en la calle o en la barra del bar. Algo como lo de Pastrana, tarde o temprano tenía que suceder y ha sucedido. Este trabajador llegado a Tenerife desde Madrid para convivir con su pareja y buscarse la vida, no es el apestado del pueblo. Muy al contrario, bien puede pedir las explicaciones que quiera a todos y cada uno de los que le han señalado con el dedo y calumniado. La presunción de inocencia y esperar a los acontecimientos, primaron por su ausencia total de este escenario de despropósitos, si no fuera porque es un caso bien real. La cadena de pruebas e investigaciones contrastadas ha fallado, mientras una parte importante de la sociedad se ensañaba, quizás por el hartazgo de otros momentos y casos en que desgraciadamente el abuso y la crueldad se había producido. No es el caso de David Pastrana, que exige una lista de perdones más larga que la de los medios de comunicación, que reconocen el error sin ambages. No me cabe duda de que los auténticos profesionales de la información pondrán más cuidado a partir de ahora. De todas formas, aquí hay un primer parte médico que se las trae. Todos deberíamos cortarnos un poquito más en adelante. ¿Se recordará a David Pastrana?, ¿qué va a pasar ahora con este hombre, hospitalizado, enfermo, tan joven? ¿Quién va a pagar por error?, ¿el dinero, una compensación, es suficiente para paliar su sufrimiento?, ¿cómo limpiar del todo su buen nombre? Son preguntas para dar respuestas. Cualquier momento será bueno para contar bien su historia. David Pastrana, 24 años, cuidaba de la hija de su pareja, y lo hacía bien. Un columpio canalla y asesino se cruzó un buen día en su camino y le marcó la vida.  Eso es todo lo que sucedió.

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