Artículo publicado en el Diario Montañés el 6 de septiembre de 2012
Hemos visto llover tanto por Cantabria en nuestras vidas, que valoramos más el agua como un fastidio que nos moja la ropa
y los pies, que como el elemento natural cada vez más escaso que nuestra civilización necesita sí o sí. Resulta que Cantabria es la comunidad española número uno en consumir más litros por día y habitante. Parece que en nuestro ser no contemplamos el cuidado del agua, porque nos da por pensar que la nuestra es tierra de precipitaciones, y es poco más que imposible que, aquí precisamente, nos vayamos a quedar sin ella por sequía alguna. Pues va siendo más que evidente que cada vez llueve menos, y que toda España tiene como asignatura suspensa el haber hecho mal el examen de cuidar sus aguas potables, llevar a cabo las infraestructuras necesarias, y no perder tanta a diario por el desagüe general que son las alcantarillas.
Dejar correr el caño alegremente mientras te afeitas o te lavas las manos debe tener un precio. De hecho lo tiene, porque la factura del agua cada vez es más cara y no existe balanza justa entre los que más consumen y los que menos. Con el agua que sale por nuestras viejas cañerías tampoco parece obligatorio, a la hora de la recaudación, el cumplimiento estricto de ese deseo que habla del agua buena, sin olor, color, ni sabor. Si estos son los malos usos habituales, no dejemos de sumar que el valor que seguimos dando al agua es tan escaso como ella misma. Nos quejamos de la factura aunque olvidando toda el agua que hemos dejado correr tontamente. Con estas credenciales me planto en el patio de cualquier colegio, donde el agua es tan sólo una lección en un libro, mientras yo veo más práctico hacerles ver lo que es un día entero sin poder lavarte o beber un simple vaso de agua. Entonces y sólo entonces seremos capaces de aprender y asumir que el agua, cuesta arriba, dura aún menos.