Bien, bien, lo narraría quien tiene auténtica necesidad, porque al decirse que España no para de recibir dinero, ¡y no verlo por ninguna parte!, la mirada como que se extravía y te lleva a decidir si sigues viviendo en el mundo real o viajas como Alicia al país paralelo de las maravillas. La crisis se acaba, pero no se acaba. Los sueldos bajan, pero no bajan. En el paro no hay duda:
ni sube ni baja. Y ya parecen formar parte de la alineación habitual pedir ayuda en el Banco de Alimentos o Caritas. Sí ha sido bueno que el dueño de los chips de todos los ordenadores, Bill Gates, compre un trozo de una gran constructora española. Es positivo porque mucho del dinero restante que llega desde fuera apesta a especulación dura y pura que echa para atrás. Con razón mantiene un economista al que leo que ese fluido de euros se percibirá algún día en forma de préstamos a la pequeña y mediana empresa y al consumo de las familias, ya que lo que es hoy, ahora mismo, me aseguran que nanai de la China.
Efectivamente: si buscas dos expresiones a las claras que definan la travesía del desierto de los españoles, una es: “estamos jodidos”, y la otra: “vamos tirando”. Se ve que son lejanas a la idea de que el dinero toque nuestro timbre. Llegas a final de mes con la lengua fuera, y los millones de almas que las están pasando realmente canutas bastante tienen con comer, a la espera de que el trabajo cotidiano se estabilice y toque a la puerta, si es que la tienen. Con cinco millones de parados no queda bonito, pero tampoco es verdad, hablar de que el dinero es como una rebosante presa de agua, o que pronto se volverá a brindar en la firma de contratos con cava. Vaya por delante y también como final que ni todo es blanco, ni todo es negro, y sólo hay gris. Pero los colores en su propia historia los tiene que poner cada protagonista de esta crisis.