Últimamente se escenifica el racismo en su mayor virulencia estética en las gradas de los estadios, hacia los deportistas que tienen el color de la piel diferente a quien le insulta. Me muestro partidario de ser absolutamente exigente, riguroso y duro con estos casos, porque si las muestras de discriminación se permiten en lugares habituales donde acude público, lo que se manifieste después en el colegio o en la calle puede ser aún mucho más grave e imposible de coger a tiempo. Llamar mono a un jugador no tiene un pase, no se puede consentir, y hay que perseguirlo y castigarlo. Triste es que una persona llegue a perder incluso el trabajo (con lo imposible que está) por hacer gestos de “mono” o enseñar un plátano para insultar a un jugador de color negro. Veremos lo que los jueces dictan al respecto en un futuro inmediato, y su posición hacia los racistas. Pero lo que no es cuestionable es que en España se está actuando bien respecto a estos conatos visibles de racismo, que podrían llegar a ser mucho mayores de ser también la permisividad mayor. Ni los gobiernos, ni los clubs, ni los medios de comunicación, ni las aficiones me atrevo a decir, quieren ser cómplices de una pandilla de descerebrados que no sólo ven superior a su equipo, sino que lo mismo les pasa por la cabeza hacia ellos mismos cuando hacen el orangután. Hay miembros de esta especie que son más listos que ellos.
Empezando por mi, el trabajo pendiente es rechazar estas muestras xenófobas cuando las ves de cerca. Me ha sucedido recientemente. Una gran final de algo, entre la muchedumbre atenta a la pantalla de cualquier bar, seguro que da como resultado un energúmeno intolerante de estos. Bajo ningún concepto se les puede reír las gracias o mirar para otro lado en el momento de su gravísimo e intolerable insulto. No sé si reprenderles la conducta pueda acarrear palabras mayores, pero hay que jugársela porque de los mayores aprenden los pequeños, y no es democracia ni libertad de ideas o de expresión insultar a otro por su raza, color, religión o cultura. Agrade más o agrade menos, lo que están haciendo los clubs de fútbol contra socios despreciables es lo justo. Basta ponerse por un instante en cómo pueda sentirse el jugador al que alguien le agrede verbalmente por el sólo hecho de que no tolera su color.