Dirigentes de todo el mundo se han visto las caras por unas horas en la despida de Mandela, aunque nada se pueda destacar si exceptuamos la gran herencia política y social de un líder negro, que igual preso que libre, hablaba de paz y reconciliación como el mejor de los entendimientos. Es una incógnita disertar a cerca de hacia dónde nos dirigimos, con los líderes que han de hacerlo posible. La historia es tan bondadosa como maligna. En sus altibajos, alberga a partes iguales acontecimientos nefastos que hace dirigir naciones y grandes organismos a personas insospechadas, que es seguro no serán recordadas por sus grandes hechos y logros. Por un Martín Luther King o un Nelson Mandela, tan grandes precisamente por reconocer sus debilidades, hay cientos de mandatarios que hablan de los anteriores sin haber leído sus ideales de convivencia. Nadie nos enseña que triunfar requiere de una hipocresía medida, pero es así. Y sí, el líder de masas es el que lleva a los suyos a la seguridad, a un bienestar dentro de la máxima igualdad posible, que conlleva en si misma lo más cercano a la felicidad que sentimos como tal.
El viaje de vuelta de Sudáfrica de muchos estadistas no ha arrojado reflexión alguna en voz alta que suponga al tiempo un paso hacia delante. Si hablas y defines la vida de Mandela, lo mínimo exigible es haber aprendido algo de sus grandes lecciones de vida. Fue un guía para su pueblo. Dio un golpe mortal al racismo hecho ley, en un tiempo donde no existía el marketing político, las grandes campañas de propaganda, o las frases cortas para impactar y después no cumplir como esa del “Yes we can”. Sí, es toda una incógnita el destino cuando olvidamos tan rápido valores y conductas, y seguimos sin asumir igualdades justas que impidan que unos pisen a otros en razón de su color, sus ingresos y el país poco defendido en el que vivan. Hemos hecho un mundo para los recursos que decimos mueven tal o cual cosa. Sigo sin ver el por qué nos atamos a cadenas que evitan cambiar lo malo conocido. El poder, la ambición y la falta de líderes, grandes de verdad, son tres icebergs con los que choca una y otra vez el Titanic donde tantos ciudadanos del mundo han embarcado sus esperanzas.