Agacho la mirada, bufando, cada vez que alguien me habla y utiliza comodines en su vocabulario como “a ver…”, “¿me entiendes…?”, o me insta a que hay que aprovechar como “sinergia” la moto que me trata de vender. Pienso: ¡una de dos!, o me toman por gilipollas, o me la quieren colar. Me da la misma impresión este anuncio de que los futuros corruptos que puedan ser detenidos, quedarán libres de ser grabados por televisión o fotografiados por el avezado reportero que espera a que la policía meta al posible reo en el coche camuflado, mientras el amable agente le agacha la cabeza, no vaya a romperse la crisma con la parte superior de la puerta trasera del coche.

Este burdo intento de censura nos resitúa en la gran hipocresía que encierran esas declaraciones que definen cada cosa que se hace aquí como la mejor del mundo, y no digamos quienes hacen palabrería bonita con nuestra democracia, aunque cada vez que pueden la recortan un poco más. ¡Señores!: los países más ejemplares no se auto flagelan permanentemente con su educación, su justicia, su sanidad o su libertad de prensa.

Es muy nuestro creernos mejor que los demás, pero no somos capaces de zanjar unos pilares básicos e inamovibles que nos den credibilidad en todo el mundo. Esto es hacer marca de verdad: la reputación a base de la seriedad en todo lo que hagamos. No puede bastar con tener más o menos democracia o que las cosas vayan saliendo de aquella manera. Este país abochorna reiteradamente a sus ciudadanos por la forma en que se reinventa, sin necesidad, una vez tras otra. Hastiado estoy por escuchar el bla, bla, bla de las cuestiones de Estado que no se pueden tocar, pero cada vez que luego llega alguien nuevo lo vuelve a poner todo patas arriba. Cuando se habla de democracia en mayúsculas no lo es tanto, ya que forma parte de este maldito carácter, exagerado y cambiante (para mal), que tenemos. Como otros tantos días, hoy me he levantado pensativo: “me pilla un poco más joven, y levanto el campamento”.