Oigo con satisfacción que alguien que se dirige a la Manifestación de París dice sentirse, en un día así, blanca, negra, cristiana y musulmana (“Je suis charlie”). Los extremos nunca son buenos. Los traspasó en su día el fascismo como ahora los traspasa el yihadismo, con tanta muerte y desolación. Nadie nos puede hacer libres si entre seres humanos no sentimos respeto por las diferentes religiones, ideas y formas de vivir. Esto que digo no supone agachar la cabeza, no es renunciar a nada y tampoco es que necesariamente unas teorías se impongan a otras a través de la fuerza que dan las armas. A lo largo de la historia, nunca ha sido fácil hablar de paz. Hacerla, menos. Este siglo avanza y vamos a peor en todo, especialmente en el respeto entre los pueblos, perdido hasta estos extremos. Asesinar al periodismo libre de la manera que se ha hecho en París no tiene nombre. Sacar conclusiones y análisis de lo ocurrido, ya es otra cuestión porque cada cual va a defender su credo.
Y esto es lo peor: la división más profunda que cada vez hay a la hora de ver los hechos de una manera o de otra, y de buscar responsabilidades en unos o en otros. Los terroristas de París son fanáticos, y no tienen cabida entre nosotros. Dicho lo cual: más nos vale ponernos las pilas en un reforzamiento del diálogo y de las decisiones, que se aplazan desde hace años porque los intereses de este mundo están repartidos entre potencias, influencias territoriales, recursos y la diplomacia y sus penosas decisiones, que más convienen en todo momento a los poderosos. Con esto tampoco echo la culpa a nadie, sino que planteo un cambio en la espiral de violencia que nos hace estar permanentemente en guerras dispersas por todo el globo, pero se ceban especialmente en Oriente Medio, con unos odios terroríficos, que avalan torturas, asesinatos selectivos, bombas indiscriminadas, decapitar, inmolarse, o rematar en el suelo a un agente de la ley para que todo el universo lo vea. Estamos rematadamente locos, y el odio nos ciega a un lado y a otro del conflicto. De rodillas, nadie, pero… ¿cómo se hace esto cuando hay tanto que nos separa? Con ganas, se hace con ganas.