La mala educación se extiende como una plaga. Lo peor: no tiene antídoto. Existen personas dispuestas a vivir sin pronunciar jamás el correspondiente buenos días, el gracias o el adiós. Te encuentras de habitual con estos raros, raros, raros. Es en un portal, en un ascensor o en cualquier consulta médica de la que acudimos de habitual donde te encuentras con semejantes cromañones de la mala educación. La escena se pone peor cuando les saludas por cortesía y ni se dignan contestarte.
Me temo que los estudios y leer tienen poco que ver con tener las buenas formas al día. Camilo José Cela y Paco Umbral gastaban malas pulgas. Opino más bien que los problemas personales se identifican más con volverse agrio, especialmente en los sitios públicos. Dejas una vez de saludar cuando corresponde…, y el mal carácter te abduce. He llegado a conseguir trabajo para una persona y aún es el día que no me dado las gracias. Supongo que son casos extremos, pero mira por donde me los he ido a topar precisamente yo, que tengo particular devoción al agradecimiento cuando alguien merece estrecharle la mano o darle un fuerte abrazo.
Lo mejor de las diferentes edades que atravesamos es mantener intacta nuestra educación. Envejecer es una putada, pero mutar a un rancio que no sabe comportarse en cada ocasión, es lo peor. A los mal encarados hay que ponerles siempre en su sitio, que es como ir al rincón. Si se lo propusieran, sabrían ser educados simplemente con saludar a los conocidos con los que se topan a diario. Creen en cambio que la dureza en el rostro y en la lengua compensa mejor su amarga existencia. Desdichadamente, no es fácil esquivar a los mal encarados. Está el autobús, el trabajo, la cola del paro o la de Correos. El escenario donde encuentras a más bestias por metro cuadrado es una cola. Pocas cosas me enfadan más que ver un autobús lleno, la embarazada de pie, y el quinceañero sentado y tuiteando con el móvil idioteces. Más que cueste, a los soeces hay que enderezarlos para que tengan compostura. La mala educación duele, especialmente si saludas al mismo tonto todos los días y ni te mira. Llega un día en que quieres dimitir de ser normal, pero una sonrisa en la cara no tiene precio como para abandonar esta forma de ser y de vivir para convertirte en un idiota. Eso, ¡jamás!