Publicado el 29 de marzo de 2010 en el Diario Montañés
En la biografía de Agnes Gonxha Bojaxhiu, nombre auténtico de la Madre Teresa de Calcuta, se cuenta este hecho: “Encontré a una mujer moribunda en las calles y la traje a nuestro hogar. Cuando la acosté en una pequeña cama, me sonrió, tomó mi mano y dijo una sola palabra: “gracias“. Luego murió. Ella me dio mucho más de lo que yo hacía por ella. Me dio su gratitud”. No de forma general y continuada, los mortales somos muy dados a mover los labios para hablar de solidaridad, que no las manos para hacer efectivo ese apoyo que necesitan otros, de aquí y de allá. Viviendo en la distancia, un reciente viaje a Bosnia y Herzegovina propició el reencuentro de dos pedazos de mujeres solidarias con una gran historia en común a las espaldas, la cántabra Marisol Dobarganes y la bosnia Jasmihka Rebac. De la sala de reuniones del Centro Los Rosales de Mostar para niños con necesidades especiales, que ha venido dirigiendo durante demasiados años esta última, cuelga un reconocimiento de nuestro Rey, que expresa perfectamente hasta dónde puede llegar el aguante humano cuando en plena guerra civil no tienes que dar de comer a estos seres más necesitados que los demás: “Juan Carlos I, Rey de España, queriendo dar una prueba de mi aprecio a vos, Señora Jasmihka Rebac, he tenido a bien otorgar a vos por mi real resolución de 6 de diciembre de 2004 la Cruz de la Orden del Mérito Civil”. Hace años que Marisol Dobarganes no visitaba Los Rosales. La reciben como una gran protectora, todos además. Quienes no la han visto nunca, ya saben de su historia personal. En la guerra de aquel país centro europeo (que se le fue de las manos a la Unión Europea), la Dobarganes creó junto a otros hombres y mujeres una asociación llamada “Cantabria por Bosnia”. Ella fue realmente su almamater. Los Rosales fue uno de sus muchos ejemplos que contó también con todos los hosteleros cántabros; se encargaron de que tuvieran algo que llevarse a la boca del desayuno a la cena, sin importar asedios, blindados o francotiradores. El abrazo tan emocionado entre Jasmihka y Marisol dura varios minutos y contagia porque se queda grabado en la retina. Quienes la acompañamos estamos más guapos callados. Los niños le han preparado una gran bienvenida; le cantan y le bailan en una letra que solo puede atender también a la traducción de agradecimiento. Las lágrimas corren y no escapan de ellas ni siquiera los militares y guardias civiles españoles que están también presentes en la visita. La traductora no da abasto a tragarse saliva, porque ha quedado fascinada de la imagen y el mensaje que tienen las dos solidarias que no solitarias.
Estas mujeres, una de Cantabria y otra de Mostar, han vivido ya tres vidas. La primera, la de haber tenido una buena juventud con medios, creciendo sin problemas, y , en su caso, incluso con grandes comodidades. En otra etapa bien distinta, un gran revés o un simple cambio de actitud, te muestra otro faro que seguir bien distinto. O, por lo que sea, te das cuenta que la vida no llena. O un buen día te impacta algo o alguien, una situación de angustia, y decides dar un giro que cumples de verdad. Lo difícil es que los de tu alrededor lo entiendan, pero en el caso de ellas dos son su mejor escolta de apoyo permanente. Eso sí, de la gente que la ha marcado, Marisol nunca olvida a José Félix García Calleja (yo tampoco). Aprovecho para pedir a la sociedad de Cantabria más para el recuerdo de este tipo estupendo donde los haya. Su última vida, es hoy, ahora. No paran un momento. ¿Dónde hay una necesidad? Allí van; te lían, y te lían bien, porque lo hacen de corazón..En Bosnia y Herzegovina han pasado demasiadas cosas malas y el odio está tan sólo aparcado. Las gentes han reemprendido sus vidas como han podido, pero no olvidan. No olvidan que mientras las bombas caían, mientras la metralla arrasaba enterita la fachada de su casa, voluntarios (porque quieren) de otros países como Marisol estaban siempre al pie del cañón, aunque no sea precisamente la mejor frase para describirlo. Da igual estar en Sarajevo, en Mostar que en Banja Luka, si viajas de punta a punta del país con otros españoles solidarios que consideran como de los suyos. Cantabria y España están muy presentes por todo lo que se ha hecho. No sería justo dejar de citar al Gobierno de Cantabria, al Ayuntamiento de Santander, al Hospital Valdecilla, a El Dueso, o a los medios de comunicación en general. Siempre estuvieron ahí, receptivos al mensaje por Bosnia. Tantos años después, entre todos, han dado un vuelco a esa otra frase de la Madre Teresa: “la gente teme vincularse con el otro por el miedo al rechazo o por no atreverse a dar. Se olvidan que no hay como dar para recibir. La verdadera dicha es dar”. Tomando un agua en un bar de Mostar que se llama “Jana”, nombre tan nuestro, no pude por menos que hacer una reflexión hacia delante y sentirme lleno de orgullo de lo que la cooperación de España, de Cantabria, sigue haciendo en este país y otros tantos. La última noche en Sarajevo, no teníamos muchas ganas de tomar un bocado. Uno de los comensales, para agrado de todos los demás, le tradujo al camarero que quería darle a esa cena un mejor destino. Esa noche, una familia entera de las que tienen en su agenda solidaria, cenó en mejores condiciones a las habituales. Realmente, ser solidario sin pararse siquiera a pensarlo tiene su gran recompensa. Cuando el ánimo afloja, Jasmihka no sólo tiene las palabras de un Rey colgadas de la pared. En su destino, la acompañan un buen puñado de seres humanos a los que no puede fallar, nunca. Agazapada con ellos en los sótanos contra las bombas del odio, ahora les ofrece una educación y una profesión digna para el día de mañana. Se lo cuenta a Marisol Dobarganes, con la que siempre contó. Este viaje me ha servido realmente para ver quienes somos las personas que necesitamos atenciones especiales.