Lo que demuestra la última refriega racista en Missouri, Estados Unidos, con un joven de color muerto de seis balazos, es que el racismo vive en un permanente punto y aparte, y que no se libran de él ni siquiera los países asentados en una fuerte democracia presente venida de una esclavitud pasada. Cuesta creer que en los tiempos actuales aún sigue existiendo la esclavitud, especialmente de niños y mujeres, en muchos países del globo. Cuesta también hacer cualquier tipo de llamamiento, buscar el cambio de actitudes y conciencias, cuando son millones de personas de carne y hueso las que están en esta situación. Como sucede en otros casos que acostumbro a tratar, el hambre y la sed en África, su ébola, la esclavitud no interesa. Sólo salta a la palestra de pedir persecución policial y justicia cuando el occidente es secuestrada un joven niño o niña, que se sospecha va a ser vendida en el mercado de esclavos que se sabe existe, pero que no veo por la tele redada alguna como sucede con los capos de la droga o los terroristas.

Hablando de terrorismo, que una persona mate a otra, es lo peor. Que alguien esclavice a otro es alucinante, pero que lo haga bajo el amparo de costumbres e incluso leyes, es para echarse a llorar. La esclavitud de peques en muchos lugares del planeta es un problema de proporciones gigantescas. Van pasando los siglos, y empeora. Lejos de presagiar que algún día se abolirá la esclavitud de todo tipo, me da el olfato que será al revés. No hay color entre un mundo rico y otro pobre de solemnidad. La esclavitud real es bochornosa desde cualquier punto de vista. Sucede que en los países ricos ahora se conoce la esclavitud del ruego a encontrar trabajo, y de cobrar un sueldo miserable con el que no llegas ni a la primera quincena de mes. Siempre que oigo justificar algo con el “peor están otros”, me rebelo. Porque de la esclavitud plena en un siglo que se prometía de conquistas sociales, tienen la culpa la culpa hasta los que jamás piensan en

ello.