Especialmente en la educación, la sanidad, y los derechos laborales y asistenciales, es demasiado lo que se está perdiendo o aboliendo, como para que la fractura no vaya a ser demoledora de aquí a 50 años.
Que nadie se mueva de la silla y deje de leerme por el titular, que no voy a hablar de preferencias sobre coches. Voy por el lado de que no es verdad que cualquier tiempo pasado fue mejor, algo que ni por asomo se le puede decir a la cara a alguien que tuvo trabajo y lo perdió, y a todas aquellas personas que la vida les ha dado un vuelco por una crisis, de la que cada día estoy más convencido de que es intencionada, y, ¡no digo más!, a los jóvenes. Así es. Tener en tus manos un coche de época, del año en que por ejemplo naciste, le puede resultar atractivo a muchos. Volver a esos años, en lo que la sociedad podía estar desarrollada entonces, y unos pocos vivían bien para verlo muchos otros que lo hacían mal, no es siquiera agradable de tratarlo. Las democracias se sustentan en la ampliación de los derechos que ofrecen, y en la búsqueda de una igualdad que adquiera forma de que reciban más quienes más necesitan. Es lo que se venía llamando bienestar general, y lo digo en pasado porque esta crisis ha sido creada para dinamitar los cimientos de los logros alcanzados desde que nacimos y los coches tenían su aspecto de los años sesenta, que es la fecha en que podemos concluir que el mundo se propuso avanzar y mejorar, trabajar con más derechos, educar, enfermar, y ampliar especialmente las ideas democráticas a aquellos países devastados por las guerras interiores y los dictadores.
Especialmente en la educación, la sanidad, y los derechos laborales y asistenciales, es brutal lo que se está perdiendo o aboliendo, como para que la fractura no vaya a ser demoledora de aquí a cincuenta años. Cada aspecto merecería una reflexión larga y concreta, pero la educación, y la juventud que la protagoniza, es la rienda que tira de todo. Es decepcionante cómo afrontan hoy cada curso los centros educativos en general y, de manera especial, las universidades. Libres de recortes y prohibiciones, se enseña mejor y se aprende mejor. Siento tristeza cuando oigo que alguien paga a otra persona una operación delicada, o abona las becas de unos estudiantes universitarios, porque ellos o sus familias no pueden afrontar lo que vale la matrícula. Se agradece, pero esto no es. Ha nacido una nueva casta social, pudiente y solidaria, que afronta las penurias económicas de otros que debieran de tener trabajo y oportunidades como la mayoría, en especial los jóvenes. El mayor garante de estos ciudadanos libres es su Estado, a pleno rendimiento. Como foto, me gusta guardar cómo eran los coches cuando nací. Como época, basta ya de volver atrás, de restringir las vidas de unos jóvenes del siglo XXI, que poco deben al XX, repleto como estuvo de dramas, tragedias y sucesos de los que ya deberíamos estar escarmentados como para que una crisis de laboratorio se lleve todo lo mejor de aquel periodo de nuestra historia que queríamos que heredaran nuestros hijos.