Artículo publicado en el Diario Montañés el 29 de junio de 2012
Tod@s contra el Altheimer.
Santander es aún una ciudad de gente bondadosa, donde siempre hay un buen samaritano que se preocupa por auxiliar a la persona que se ha desplomado en mitad de la calle. Tengo una amiga, Eva, que se ha propuesto encontrar al ciudadano protagonista de la historia de sus padres, los dos ancianos, y ella con esa asquerosa enfermedad por la que ni te conoces ni tampoco el nombre de los demás, por más cercanos que sean. Pese a la edad, más las lagunas que llevas encima, hace días les animó a salir a comer fuera de casa ya que el día soleado invitaba a ello. Lo hicieron, pero luego se agotaron andando por las calles. Se desanimaron y empezaba a hacerse tarde para ellos, hasta que uno de esos buenos santanderinos paró su coche y les consultó si estaban bien.
Apreció que se sentían solos, temerosos y preocupados, y con la misma preguntó dónde vivían. Les metió en su coche para llevarles hasta su casa, dejándoles ya allí seguros. Fue Voltaire el que dijo que ser bueno con uno mismo es ser bueno para nada. Efectivamente, he vivido en ciudades de millones de habitantes donde es habitual el suceso de que alguien lleva muerto un mes en su casa, pero había tenido la desgracia añadida de que nadie se preocupaba por él, hasta que el olor extendido a cadáver delata la tragedia. En urbes excesivamente grandes se circula una vida encima de los puentes y se vive otra harapienta debajo. Eva busca denodadamente al majo santanderino que rescató a sus padres de pasar seguramente una noche a la intemperie. El mejor periodismo es el social, el que ayuda a los demás en cualquier circunstancia. Todas las buenas personas desconocidas merecen las gracias que Eva y sus padres les quieren dar.