Por la llamada Diplomacia Vaticana, la Santa Sede no ha sido precisamente en el pasado un modelo de estado en lo referido a tomar claro partido en las guerras mundiales, aunque esto está cambiando. Es el propio Papa Francisco el que avisa de una Tercera Guerra Mundial, e introduce el matiz certero de la novedad bélica que supone actuar selectivamente por zonas que interesan, como son los campos de guerra ya conocidos de Oriente Próximo, y, ahora, la nueva recuperación que quiere hacer Rusia de lo que antaño fueron sus países satélites.
Los ciudadanos siempre somos los últimos en saber la verdad, y muchas veces es tan cruda que sólo ves al lobo cuando te llaman a filas. Por principio, las guerras se basan en el engaño porque debajo del problema que se presenta para empuñar las armas, sólo hay intereses estratégicos que llevan directamente a los económicos. Para mí, la invasión de Irak basada en la gran mentira de las armas químicas, marcó un antes y un después de lo que los ciudadanos podemos apoyar como intervención militar necesaria. Las cosas hoy no son tan fáciles ni mucho menos entendibles cuando los de siempre, Estados Unidos, Rusia, Inglaterra, China, Francia e Israel, tocan los tambores de guerra.
Me declaro pacifista, y reivindico una renovación profunda de Naciones Unidas, ya que creo que el término sigue sonando muy bien. Que Alemania y Japón, antes países derrotados tras sendas guerras mundiales que provocaron, vuelvan a tener de repente un importante papel militar, no es nada bueno. El Papa Francisco sabe muy bien lo que dice y lo dice muy bien. Que de forma alta y clara hable de tercera guerra mundial debería de servir para poner los pelos como escarpias a todos los países, para que lleven a cabo un esfuerzo real que evite la calamidad total. Sigo teniendo esperanzas en el ser humano, esto es lo positivo. Por el contrario, que primero haya una gran crisis económica seguida de conflictos por todo el planeta, no es que augure precisamente nada bueno. Siempre me puedo equivocar.