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AHORA, PANAMÁ

Es verdadero que como españoles nos exigimos muchísimo hasta fustigarnos mentalmente. Si fuera mentira, no existiría esto de la Marca España que se quiere presentar como una especie de maná novedoso, tampoco entendible para un país que lleva pegado a la corteza de la tierra tantos siglos atrás. Particularmente, veo lo de querer cobrar el doble de lo presupuestado en el Canal de Panamá como un bochorno, que nos presenta en el mundo según lo que se viene haciendo en España, y no se corta de raíz. Juicios y más juicios por corrupción; cajas de ahorros intervenidas o desaparecidas a costa de millones de euros públicos; la usurpación del dinero de los ahorradores en una cosa llamada Preferentes; miles de desahucios de familias que antes trabajaban y pagaban sus facturas y, de un día para otro, están en la calle, y suma y sigue. Lo de Panamá habla de nuestra forma de hacer como país, y mal, por supuestísimo. Parece que se quieren exportar los sobrecostes de las obras de Calatrava, por ejemplo, a países en pleno desarrollo, que en su día sacaron a concurso una obra gigantesca, y quien lo ganó por 3.500 millones de dólares, ahora pide casi 2000 más.

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Durante estos años he venido oyendo hasta la saciedad que la economía pública y privada, hay que llevarla como si de una familia se tratara. Me parecía y me parece un disparate, que al final me ha venido a dar la razón. Una familia (no le queda más remedio con la luz, el agua, el teléfono, el gas) lleva su presupuesto a rajatabla. No se trata siempre de defender todo lo español como principio. Además, y por convicción, yo no soy de los que barre antes para afuera que para adentro. Lo que sucede es que cuando algo me parece mal, lo digo y punto. Esta situación en Panamá nos crea un nuevo problema en Iberoamérica que se suma a Bolivia y Argentina. Lo que pasó con empresas españolas en estos dos grandes países es totalmente defendible. Pero lo de Panamá, no. Después de Brasil, dicen que Panamá es el segundo país del mundo feliz. ¿Y ahora?

 

 

 

 

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