Publicado en el Diario Montañés. 1 de abril de 2012
El niño Yéremi José Vargas Suárez es ya un hombrecito de doce años. Fue robado a sus padres, cuando tenía siete, en la localidad canaria de Vecindario. Estaba jugando cuando desapareció. De ojos inyectados en ternura, mirada clara cubierta por gafas redondas de buen observador, junto a una sonrisa desdentada por la corta edad aún de entonces, Yéremi es uno de los principales protagonistas de la película Sin Rastro que vivimos en versión española, habiendo como hay otros once casos más de jóvenes que parece que la tierra se les ha tragado. La Policía española es buena e investiga, pero la maldad tiene demasiados escondites inexpugnables. Sin aventurar nada más sobre lo que hubiera sido su vida de no ocurrir nada, me gustaría que apareciera cada uno de manera inminente, y poder despreciar a sus secuestradores por cada uno de los malos momentos que les han dado a estos críos y a sus familias durante todo este tiempo de cautiverio.
Dicen que la depresión es un mensaje que nos manda el cerebro para cambiar el camino. ¡Vale!, pero cuando la vida te da palos de esta magnitud, acaban al mismo tiempo con la tuya porque pierdes lo más sagrado, lo más curativo que alguien tiene en sus crisis y bajones, como es mirar a la cara de tu hijo y poder acariciarle o reñirle cuando toca cada cosa. Los verdugos de estos niños, más altos y cambiados ahora, son escoria, nada más que escoria. Yo no creo en el perdón ni en los cinco años de cárcel con rebaja por buena conducta, cuando se captura a un piojoso de estos que hacen girar su vida en torno al seguimiento de niños. De tanto pensar en las maldades con menores, las terminan haciendo, y empiezan por el secuestro permanente porque quiero pensar que los doce casos de desaparecidos que tiene la policía española entre manos aún viven y es posible su recuperación en un plazo indeterminado. Creo también en la suerte y en que los malignos terminarán por cometer un error y ser denunciados para pillarlos in fraganti. La colaboración ciudadana (la policía la acaba de volver a pedir en el caso de Yéremi) es fundamental para esclarecer todas y cada una de estas desapariciones.
La buena gente es la que al final logra con su información echar el lazo a estos perros sarnosos. Me da mucha pena cada vez que veo a la madre de Yéremi, al resto también, haciendo una nueva llamada a la búsqueda, a que cualquier pista por tonta que parezca, puede resultar decisiva para volver a ver a su hijo. Sería un reencuentro maravilloso, que anhelo, porque la suerte no puede seguir mirando de cara a la bestia que le lleva hurtando tanto y tanto durante los últimos cinco años desde que fue visto y no visto en Vecindario, en Santa Lucía de Tirajana, Gran Canaria. Allí se esconde el gran secreto, y una verdad que quieren descubrir las pocas pistas que siguen el rastro del joven Yéremi. Allí, un 10 de marzo de 2007, mientras jugaba, el niño se esfumó como cuando acaba un viento. Nadie, y menos en casa y en su barrio, le han olvidado, porque todos quieren que los mismos vientos de la razón justicia le devuelvan a los brazos de su madre que, como otros padres en la misma situación, no ha cejado un instante en sollozar porque su niño aparezca, vuelva a casa con los suyos, ya para siempre.