Se comprende mejor el clamor por la democracia que se extiende hoy por Oriente Próximo, cuando se convive dentro de un sistema de garantías y derechos, que con sus variados defectos por corregir, es el anhelo de muchos pueblos oprimidos en lo político, en el pensamiento, en el estómago (por hambre) y en el porvenir. Nuestro redondo mundo conformado por países agrupados en Naciones Unidas (¿tiene algo que decir o que hacer la ONU en todos los focos apaleados o masacrados que claman por una democracia real?), cuenta con viejas democracias, jóvenes democracias, y el resto se reparte entre dictaduras de uno u otro signo, la mayoría de ellas con tendencia a eternizarse.
Tal día como un 23 de febrero de 1981, España -que ya rodaba la democracia tras 40 años de dictadura- tuvo un intento de golpe de estado, que ahora se recuerda, incluso se conmemora, para mi gusto en exceso porque regresan a mi mente nombres que mejor están en el ostracismo por lo que perpetraron como militares golpistas y desleales al pueblo. Me convence más que pasados estos 30 años de nuestra historia, los más jóvenes conozcan aquel hecho, lo piensen (me da la sensación que es mucho pedir), y recapaciten sobre lo que tenemos hoy: un estado democrático, unas elecciones libres, unos partidos políticos, y unas leyes, derechos y deberes por los que nos regimos dentro, lo añado
como extra importante de la carrocería democrática, de un estado de bienestar que vela por sus ciudadanos.
Tras lo dicho libremente, voy a dar un salto de España a la Libia actual. Pedir democracia allí tiene como respuesta el bombardeo a los ciudadanos que osan. Los dictadores siempre utilizan semejantes lenguajes a favor de sus causas y de sus despropósitos. Que si hay que exterminar a las ratas que quieren acabar con la revolución…; que con nuestro país no van a poder las fuerzas del mal extranjeras…; o que si Internet es el mismísimo demonio. ¡No, nada de todo esto!, la verdad siempre es más corta, mucho más simple. A la falta de derechos, ves como crecen y amasan fortunas y propiedades las familias que giran en torno a ese poder autoritario. Pero una nación no sólo es grande por su nombre, y sí por el número y circunstancias de sus ciudadanos. Por eso, llega un día en que, frente a los privilegios de toda la casta dictatorial que silencia o masacra cualquier atisbo de disidencia, unos cientos de miles de esos ciudadanos oprimidos terminan hastiados, y se echan a la calle para hacer una sentada final que les traiga esa añorada libertad en la que ya solo piensan y confían. Hay países, como Libia, que viven a diario la dictadura, que nosotros espantamos aquel 23 de febrero de 1981, con un asalto armado al Parlamento Español, cuna de nuestra salvaguardada democracia que es lo más grande para cualquier pueblo.