En Occidente habíamos llegado a creer que Hosni Mubarak era el Presidente de Egipto elegido por el pueblo, y resulta que no. La geoestrategia política y militar (más la propaganda) de las potencias del mundo hizo de él un aliado conveniente. Cómo y cuánto vivieran los ciudadanos no importaban a esta diplomacia internacional que manda especialmente Estados Unidos, Rusia y, ahora, también China. Tras más de treinta años de una dictadura real, ha tenido que salir en masa el pueblo egipcio a la calle para lograr el éxito de una revolución que como primera medida tiene que traer la democracia. No hay que transmitir temor alguno sobre lo que acaba de suceder en Egipto. Los ciudadanos tienen derecho a tener derechos, libertad, votar libremente a su presidente, y todo ello para vivir mejor de lo que lo han venido haciendo hasta ahora. ¡Goodbye Mubarak!, un dictador menos.