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Los mayores ya no decimos que la juventud heredará el mundo

Entre el actuar de los mayores y la manera de hacer de los jóvenes, hay hoy una separación que parece insalvable. Los primeros piensan de los segundos que no quieren responsabilidades, y de ahí no involucrarse en sus trabajos o problemas cotidianos. Los menores han establecido una distancia que les viene del gran conocimiento tecnológico. La brecha digital no tiene la culpa de todo, la educación cuando falla, en casa y en el colegio, esa sí que implica cambios drásticos no deseables, en la forma de hacer las cosas: bien o mal, con ética o sin ella, con solidaridad o indiferencia o con compromiso o pasividad.

Cuando les tienes inmersos en empleos precarios y sueldos de los que hacen ser pobres a los trabajadores, y además no se pueden permitir el alquiler de una casa y más imposible está comprarla, es entendible que el lenguaje y la comprensión actual entre jóvenes y mayores no pase por su mejor momento. No hay que engañarse: la relación es de desconfianza, de un lado y de otro, y en este artículo voy a tratar de repartir culpas, principalmente desde el análisis de todo lo que viene ocurriendo en estos primeros veinticinco años del siglo XXI, un periodo que todo lo prometía, y ha resultado fallido o, directamente, una gran mentira colectiva.

Si los reproches son generales (quiero concretarlos), supone echar leña al fuego la política mundial de solo rearme en que nos han metido Donald Trump, Vladimir Putin, y caído en la trampa la ambiciosa presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, poniendo incluso en peligro el futuro de la actual asociación política y económica de 27 países, en lo que pueda suponer seguir el camino de abandono de la UE que llevó a cabo, el 31 de enero de 2020, el Reino Unido. Si bien es cierto que no han desaparecido de los grandes programas económicos europeos el empleo juvenil, ya no tiene nada que ver con los que se programaban a finales de los años 90 del siglo XX e incluso principios del actual. Hoy la Unión solo es y supone rearme.

Cuando se escucha hablar a alguien, con años de experiencia a las espaldas, de las actuales generaciones, casi siempre salen a escena las mismas valoraciones. Que les falta preparación, también responsabilidad, que no se implican, que parece que no tienen interés, y que tampoco muestran las debidas reacciones positivas a la hora de querer aprender un oficio o profesión determinada. Son demasiadas cuestiones para analizar en mil palabras de un artículo, así que atajo y paso a la opinión de los jóvenes. Que no se les ayuda lo suficiente, tampoco se les contrata y paga como es debido, y que no les podemos venir a estas alturas de un país tan desarrollado como es España con que se vayan olvidando de independizarse y vivir por su cuenta. Ya ven, también llevan toda la razón.

“Los programas económicos europeos de empleo juvenil ya no tiene nada que ver con los que se llevaban a cabo. Hoy la Unión solo es rearme”

Hay también una cuestión pertinente que abordar. Primero el avance tecnológico, después la era digital y ahora la inteligencia artificial, que va a dar un palo en pocos años al empleo mundial, que nos vamos a enterar. Todos estos cambios han partido la sociedad en dos: los que lo saben hacer todo con el móvil y los que no entienden nada, y necesitan de la dependencia de familiares o amigos para poder hacer una gestión con su banco. Los Gobiernos en general, y yo diría que en especial el español, lo han hecho fatal en este sentido, y siguen ahondando en la brecha de la discriminación tecnológica, y una falta total de alfabetización en este sentido de la población. Todo esto, entre generaciones, marca distancias brutales. Los mayores pensamos que los jóvenes no saben estar ni hacer nada sin el móvil, y los denominados nativos digitales creen que los no formados, por su edad, en todos los avances que surgen constantemente, ya no están preparados para la sociedad actual y no digamos la del futuro.

Llegamos así a la educación, la que se imparte, muy mal, dentro de los actuales sistemas educativos nacionales y autonómicos (no prima el esfuerzo), pero también a esa educación de base, llamémoslo igualmente cortesía, que nos hace relacionarnos en sociedad a través de la conversación, de empatía, de afecto, comprensión y solidaridad. Esto ha de ocurrir tanto en el trabajo (escasea mucho) como en la calle, si ves a alguien, por ejemplo, que se ha caído en una acera y te paras para ayudarle y le preguntas si se encuentra bien (tampoco abunda). Total, que al menos a mí, no me gusta nada la sociedad actual, y solo me quedo en el plano nacional, de un país, de una región, de una ciudad, un barrio o una empresa. De repente, nos hemos vuelto tremendamente egoístas, los unos, mayores, y los otros, los jóvenes. A falta de estas cuestiones básicas, el entendimiento se hace aún más difícil de practicar, incluso dentro de las propias familias, donde el móvil se ha hecho el rey de la casa, incluso a la hora de comer.

Cuando no se hacen bien las cosas, como sucede, es cuando más surgen los choques y enfrentamientos entre sectores sociales. No me veo pesimista, a lo mejor usted, si es el caso que me lea, piense lo contrario, pero no atisbo solución a la actual distancia generacional. Y sí, los mayores ya no decimos tanto eso de que este mundo lo heredarán los jóvenes y ellos serán los encargados de hacerlo mejor, y afrontar los grandes retos que se necesitan. En esta historia, falla algo esencial, vital. Lo que les dejamos nosotros a las nuevas generaciones son guerras, rearmes, aumento de la pobreza, desilusión y mucha desesperanza.

“No veo solución a la distancia generacional. Falla algo esencial, lo que les dejamos nosotros a ellos son guerras, rearmes, pobreza y desesperanza”

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