Es cierto que el civismo y la urbanidad se ausentan más en las sociedades que crecen con rapidez. Lo razonable sería que educación y cifra de población se entendieran en cualquier situación, desde una Semana Grande a asistir a un multitudinario concierto, pero no es así. Lo cierto es que Cantabria está de moda, llena de visitantes, y eso tiene inconvenientes que debemos asumir, porque hablamos de crecimiento e ingresos. Este nuevo tiempo requiere también nueva mentalidad, empezando por los propios residentes de lugares tan ocupados, y siguiendo con los medios de comunicación, cuando priorizan inconvenientes al éxito y avance.
Cuando una ciudad celebra sus fiestas grandes, y de ellas se desprende suciedad y vandalismo, ¿quién es el culpable, el ayuntamiento que las organiza, o los ciudadanos que las disfrutan? Ahí dejo la pregunta, que responderé más adelante, porque antes prefiero compartir con el lector una de las palabras más bonitas, junto a democracia, libertad y tolerancia, que he aprendido y disfrutado a lo largo de mi vida. Me refiero a civismo. Lo definiré con una explicación propia: “Hace alusión a ciudanía, a la cualidad de comportamiento de buen ciudadano, también de ser cortés y educado”. Todo ello, hoy, está en crisis profunda.
Voy a reprochar algo, que a la postre es útil, pero no con las garantías totales esperadas por las familias. Los españoles hemos puesto siempre excesiva confianza, aún lo hacemos, en encauzar a nuestros hijos hacia el título universitario. Se conoce como titulitis. Pero ni por asomo este es el aprendizaje sumun, porque no existe nada parecido, ni mejor, que lo que se inculca y transmite en casa, especialmente si se trata de hacer valer en todo momento la urbanidad, orientada a saber vivir en sociedad, y respetar siempre a los demás. Cuando esto falla estrepitosamente, como sucede, nos enfangamos en la lamentable sociedad actual. Falta totalmente la educación. Se añora el respeto. No hay cortesía. Falla solidaridad y tolerancia. No se utilizan los servicios públicos como es debido, y tampoco se trata adecuadamente a los profesionales que los representan. Incluso hemos llegado a malear la democracia, con un culpable principal: el Gobierno de España.
Y ocurre que antes de reconocer el irracional comportamiento personal en el que incurrimosen muchos momentos, echamos la culpa a las administraciones, a sus representantes, y a todos los servicios públicos que se dirigen desde el poder establecido (transportes, seguridad, limpieza, ruidos…). Puede que en ocasiones sea así, pero hay situaciones y episodios en los que los ciudadanos no asumimos los tiempos que se viven, unas concurridas fiestas, por ejemplo, con su organización, despliegue, objetivos, hechos y circunstancias, todos ellos girando en torno a la diversión y participación general. Ocurre en la Semana Grande de Santander, y sucede en otras muchas cuestiones de las que se desprende falta de comprensión hacia profesionales que ponen todo de su parte para que los servicios oficiales estén a la altura de lo que se espera, no más, porque demandar lo que no es posible roza con una palabra que deploro, como es intolerancia. ¿Qué nos está pasando? Pues que la educación escasea. No hay la suficiente cortesía y comprensión hacia muchos de los momentos en los que nos vemos inmersos a diario. El que cada uno vaya a lo suyo, desde el más absoluto egoísmo personal, es muy peligroso, y es lo que define este momento de nuestra historia, donde impera el mal carácter, criticarlo todo, sin aportar nada, principalmente colaboración cuando se nos necesita.
“Antes de reconocer el irracional comportamiento personal, la culpa la tienen los servicios públicos (limpieza, ruidos). Ocurre en Semana Grande”
Queremos sociedades que avancen, dentro de las cuales predominen las ciudades abiertas. Esas capitales apuestan principalmente por la calidad de vida, que sea valorada por los potenciales visitantes, cuantos más mejor, porque es entrada de dinero seguro para la hostelería y el comercio en general. La cultura, la música, los eventos, la gastronomía o el deporte en sus diferentes competiciones deben estar en la agenda permanente de los ayuntamientos, y los residentes entender y apoyar que la riqueza y la prosperidad no cae del cielo, hay que buscarla de manera constante, mediante la organización de cuantos más acontecimientos, mejor. Desde este punto de vista se pueden criticar los inconvenientes que crean unas fiestas duraderas, pero debemos hacernos la pregunta de si queremos avanzar hacia adelante o anclarnos en el pasado.
Valorar lo propio, y si se hace bien mucho mejor, sigue siendo una asignatura pendiente para muchos pueblos de España, y Cantabria no es ajena a esta mala inclinación. Sin duda, la región está de moda y hay que aprovechar este tirón y afianzarlo de cara al futuro. Las críticas forman parte de la propia convivencia, pero en ocasiones no son razonables, sobre todo si tenemos en cuenta este valor en alza de Santander y del resto de la comunidad autónoma. Da gusto ver la animación de calles y pueblos en este verano (exceptúo botellones), que tiene muy buena pinta en cuanto a resultados que están por analizar. La belleza de Cantabria es inigualable, pero seguimos teniendo pendiente crear nuevos atractivos que sirvan de captación de visitantes durante todo el año. Llevamos camino de ser un referente cultural con nuevos museos que se levantan ahora, y que supondrán una marca de identidad y seguramente un nuevo impulso económico, algo de lo que estamos muy necesitados. Nuestros jóvenes se van en busca de trabajo, y la falta de oportunidades no es solamente una cuestión política. Debe ser una constante reivindicación social, donde todos hablemos un mismo lenguaje en torno a conceptos esenciales: proyectos, desarrollo, progreso, trabajo y reconocimiento exterior.
Hay ocasiones en que tengo malas sensaciones respecto a mentalidades que no casan en absoluto con esta proyección que necesitamos. ¿Queremos avanzar o quejarnos de inconvenientes perfectamente asumibles y derivados de este crecimiento? Buena pregunta. A veces ni en los medios de comunicación encontramos las respuestas, ya que algunos parecen formar parte de este conservadurismo que busca que todo siga siempre igual, inamovible, pero así no se crece, así no hay nuevas oportunidades para los negocios. No hay que olvidar que estamos en el siglo XXI, y, dentro del mismo, ya en el año 2025.
“Hay ocasiones en que tengo malas sensaciones respecto a mentalidades que no casan con esta proyección que necesitamos. ¿Queremos avanzar?”