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HISTORIAS DE CALVOS

Publicado el 26 de Junio de 2010 en el Diario Montañés

Quizás por serlo, nunca antes me había planteado en voz alta nada acerca de los calvos. El impulso inicial es buscar algo para leer de la calvicie, los calvos del cine, del fútbol actual o de los toros, donde se dan menos por eso de que el matador lo es también en razón de que lleva la coleta y no deja de serlo hasta que se la corta. Como tal gusto por ser calvo, al menos yo, no he hallado aún a nadie que esté contento con lo que tiene encima de las ideas. Durante un tiempo, me hizo ilusión que mi hijo pequeño pensara que mi calva era un corte de pelo que me gustaba hacerme. Ya no cuela, y tiene oído que ha sacado el cabello de su madre con lo que hay menos canguis de quedarse calvo por línea de padre. La calvicie y el estiramiento de lo que ustedes ya saben son cuestiones para las que el hombre siempre ha buscado el milagro de la medicina, de la investigación, y más pisando suelo, la botica china que se publicita muy bien desde las películas de Bruce Lee. Los listos de verdad, ya te lo avisan: “¿tú crees que si hubiera algún producto eficaz contra la calvicie, el actor de La Jungla de Cristal I, II y III (Bruce Willis) estaría como está?”. Va a ser que llevan toda la razón, pero la búsqueda de la eterna juventud, tener pelo en la cabeza y acabar con la celulitis, han estado siempre vinculados a esa anhelada imagen personal. Lo curioso es que alguien que goza de una tupida cabellera, torne su imagen en calvo a lo Yul Brynner (el de “Anastasia” y “Los Hermanos Karamázov”), de la noche a la mañana. Hace  poco me topé con este caso y le pregunté a qué se debía cambio tan drástico. Mi amigo me comentó -sin darle excesiva importancia- que acostumbraba a visitar y animar a otro amigo suyo, con cáncer, y que debido a la quimioterapia le veía aún más abatido porque se le había caído todo el pelo.

 Hablar de solidaridad de la buena es una cosa y encontrarla, además cerca, otra muy distinta. Estos dos calvos que van recuperando cada uno su pelo, ya eran viejos conocidos, pero en el drama del enfermo y el comprometerse del sano, tienen una historia de pelones digna de contar en lo que supone que una persona sienta algo por otra. Al elegir a posta el verbo sentir, no me refiero a pena o a lástima sino precisamente a compromiso. Los enfermos con diagnósticos tan complicados saben muy bien lo que digo, no pudiendo esperar en muchos casos algo más que unos  meses de vida, lo que te lleva a vivir el hoy y el mañana con toda la intensidad emocional que puedas. La grave enfermedad de personas cercanas genera miedo, desconcierto y, por que no decirlo también, cobardía. Los calvos de esta historia se ríen ahora juntos del tiempo pasado, y seguramente ya no gastan ni saliva en recordar las largas tardes de hospital, sus charlas, y los temores y desconsuelos en los que estaban siempre presentes los familiares del paciente. Por imaginar, yo no imagino nada porque no me puedo poner en la piel de ninguno de ellos. Sólo digo que entre tanta mala noticia, en una crisis económica gravísima, a la que se suma la de valores y solidaridad, de vez en cuanto reconforta que llegue a tus oídos un gesto de peso. Desgraciadamente, una crisis refuerza más el “sálvese quien pueda”, como argumento más negativo que tiene el capitalismo feroz. Cierto es que este egoísmo quiere contrapesar sus abandonos con un estado del bienestar que se ocupa de la sanidad, de la reinserción, de la caridad, de la solidaridad o de la integración. En este nuevo siglo que corre que se las pelas, estos conceptos van a ser puestos en cuestión permanentemente. De hecho, sucede ya, y la respuesta no está en las decisiones que tomen los gobiernos ni los macro foros con congresistas internacionales, que no pueden tomar la palabra por todos los ciudadanos de un mundo desconcertado, sin causas, que no lucha por respetarse a sí mismo. Cuando llegó al poder, una de las primeras cosas que dijo Obama, fue que la necesidad de ayuda, la discriminación, está más cerca de cada uno de nosotros de lo que creemos. Al presidente norteamericano, como es lógico, luego le han podido problemas de magnitud, tal como ese peligroso corredor que va de Wall Street y la crisis del dinero, a la guerra de Afganistán.

El individuo ya no está en el mensaje sencillo, y uno se puede quedar calvo por muchas razones, incluso por tirarse tanto del pelo por las injusticias que cometemos a favor del hambre, las enfermedades, la sed, y el que le den por el saco a los países que menos tienen, más si cabe, estando el mío propio como ahora está. Puede que más de uno piense entre la relación que tiene que alguien se rape a cero el pelo, para hacerse semejante a otro que se queda calvo por un cáncer. Bien, es simple y llanamente un gesto de humanidad, cada vez más caros de ver. Cuando el calvo dos fue por primera vez a visitar al calvo uno, la charla derivó en quién tenía más problemas, el que hablaba postrado o el que lo hacia de pie. “Si quieres te cambio tu problema por el mío”, recibió como respuesta contundente a la vez que temerosa quien hablaba desde un cuerpo sano. Al final, dos calvos implicados por la amistad y el cariño, pueden contar juntos la mejor de las historias, como es la de disfrutar de vida.

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