Publicado el 21 de enero de 2010 en el Diario Montañés
Lo que sucedió en el campo de exterminio nazi (me niego a ponerlo en mayúsculas) de Auschwitz – a 70 kilómetros de Cracovia, Polonia- no es sólo una terrible historia para el recuerdo de los abuelos que vivieron aquella época tan negra en la historia de la humanidad. Auschwitz-Birkenau se enseña en los libros de todo el mundo como un lugar donde, en la II Guerra Mundial, se utilizaron cámaras de gas para matar a prisioneros. Más de un millón de personas fueron gaseadas y asesinadas en este macabro campo de exterminio del nazismo, en su gran mayoría judíos. Que el campo de Auscwitz siga levantado y sea en la actualidad un Museo del Holocausto, para que nunca se olvide lo que sucedió dentro de él, tiene sus defensores y sus detractores. Mucho me temo que estar a favor o en contra depende del sufrimiento personal y de los recuerdos de las familias que vivieron en sus propias carnes aquella insensata matanza, diseñada por bestias inmundas que aún hoy siguen teniendo seguidores y narradores que niegan lo que pasó en campos de exterminio como Auschwitz, Dachau, Mauthausen o Treblinka.
Incluso hasta los curados de espanto, muy pocos podían esperar la noticia que se produjo a finales del pasado año, y que hablaba de que la policía polaca pedía ayuda a Interpol y Europol para encontrar la placa robada que preside la entrada del campo de exterminio nazi de Auschwitz. En este letrero, recuperado finalmente, se puede leer en alemán: Arbeit macht frei, “El trabajo os hará libres». El hecho no es nada nuevo en el comportamiento social imperante: ambición y dinero fácil, sin ética alguna de cómo conseguirlo, hasta llegar incluso a robar algo semejante para sacar 150.000 euros de un coleccionista. Sobre colecciones, hay colores para todos los gustos, de ahí que este otro tipejo que quería comprar el rótulo de Auschwitz, tiene ya bastante con soportarse a sí mismo. Pero, lo que pone de manifiesto este macabro robo (pudieron arrancar todas las letras menos la “i”, de los “imbéciles” que lo perpetraron), es que nunca se escribirá lo suficiente sobre el Holocausto Nazi. Personalmente, reconozco a veces mi hartazgo de ver documentales o programas televisivos sobre testimonios de las pasadas guerras y, en concreto, de los campos de concentración y, en especial, los héroes y mártires del exterminio. Veo ahora mi error, y la necesidad de insistir en el presente y de cara al futuro en la idea de que no podemos permitir que algo así vuelva a suceder. Soy de los que creo que, en muchos aspectos, somos como el burro viejo, al que no le puedes cambiar tan fácilmente el camino que acostumbra a andar. Nada es comparable a lo que el ser humano ejecutó contra el ser humano en Auschwitz, aunque hoy hay otro tipo de holocaustos, matizados de muy diversas maneras. Está sobre todo el hambre en continentes sometidos como el africano, el latinoamericano o asiático. Está el acceso universal a las medicinas, muchas de las cuales, con un escaso euro de valor, podrían salvar miles de vidas en un solo día. Hay enfermedades cuyos afectados son tratados como apestados sociales. Los países ricos, junto a las grandes instituciones con la ONU a la cabeza, pagan suculentas cantidades para que se perciba socialmente que están por la labor. No basta, porque el trabajo no hace libres tampoco a muchos pobladores del planeta que malviven diariamente con un poco de arroz y un poco de agua, y que inmigran a otras zonas para sobrevivir.
Con todo, evidentemente, nada es comprable a Auschwitz, y hay que mantenerlo en pie, intacto tal y como fue liberado por el ejército soviético el 27 de enero de 1945. Cinco años antes, empezaron a funcionar sus hornos crematorios, mientras cientos de hombres, mujeres y niños traspasaban su entrada bajo este letrero recuperado sobre que el trabajo les haría libres. ¿Libres…? Nunca más fueron libres. Pero aún, tantos años después, la humanidad tiene una deuda eterna con todas las víctimas del Holocausto, a las que cinco ladrones, cinco despojos, han ofendido gravemente queriendo hacer dinero de un símbolo, por llamarlo de alguna manera, de las barbaries que somos capaces de cometer en nombre de ideas, razas, religiones o lo que sea. Arbeit macht frei, no son sólo tres palabras que conforman el arco de entrada a Auschwitz. Hay que ir y ver, para honrar al millón de personas que fueron asesinadas, en su gran mayoría por el hecho de ser judíos. El “campo más famoso y visitado” del Holocausto no tendría siquiera que ser protegido con mil candados. Hasta ahora, su conservación (incluida la seguridad) tenía un coste de casi 7 millones de euros anuales. Después de lo ocurrido, salvaguardar Auschwitz-Birkenau (1940-1945) de los desalmados, costará mucho más. En 2009, unos mangantes robaron su letrero para venderlo al mejor postor, y puede que la rocambolesca historia nos ofrezcan aún más detalles morbosos en la medida de que la investigación vaya atando nuevos cabos. En semejante lugar, este robo nunca tendría que haberse producido. Y me lleva a preguntarme si, realmente, hemos aprendido la lección. A lo que se ve, no todos.