No me gustan las guerras, ni cómo se llega a ellas, ni tampoco las explicaciones que se dan para intentar que los ciudadanos nos subamos a este carro (de combate). En los últimos años, cada vez que sucede algo grave, ¡a la guerra! No hemos aprendido nada de Irak. No hemos aprendido nada de Afganistán. No hemos aprendido nada de Líbano, Libia y Palestina.
A la guerra se dedican ingentes recursos económicos que se detraen de aplicar ese dinero al orden económico, social, al empleo y la mejora de las condiciones de vida de los pueblos y las personas que los conforman. ¿Qué nos espera en los próximos años? Empezábamos a levantar cabeza de estos terribles años de crisis, con gente que lo ha perdido todo, y súbitamente ha desaparecido el lenguaje de la recuperación, del cambio de los números en rojo al positivo, para que los países más dañados (¿España?) reemprendan un ciclo belicista que no augura nada bueno.
El terrorismo, venga de donde venga, tiene que ser perseguido, frenado y aniquilado. Dudo de la eficacia de combatirlo con portaaviones y las aeronaves que despegan de ellos para descargar sus misiles con una alta probabilidad de error contra los civiles. Vivimos momentos políticos en que los países europeos se preparan internamente para solicitar permiso para intervenir en Siria (Inglaterra, por ejemplo). ¿No es esto lo mismo que ya ocurrió con Irak? Entonces la disculpa (falsa) era que Sadam Husein contaba con ingentes arsenales de armas químicas, dispuestas a ser utilizadas contra occidente.
Tras los atentados de las Torres Gemelas de Nuevas York se ha demostrado que el reforzamiento coordinado de los servicios de inteligencia de los países aliados, y las operaciones selectivas, son más eficaces en la lucha contra el terrorismo que las operaciones terrestres con tanques y militares. La rapidez en intensificar las guerras allá donde se padecen crea no pocas dudas, controversias, preguntas y, especialmente, recelos. Cuanto menos, esto no se decide, de un día para otro, y de manera unilateral. Son países concretos, afectados por el terrorismo, es verdad, los que están tomando la iniciativa de la guerra. Pero se echa de menos que los organismos que tienen que hablar más al respecto, la ONU, no estén a la cabeza de plantear lo que cabe hacer, empezando por el diálogo y el acuerdo total posterior. Todo ello, sin olvidar siquiera un momento todo lo echo mal tiempo atrás. Una cosa más: el ejemplo de la guerra cunde cada vez más entre las generaciones jóvenes. No puede ser.