Eso de que la avaricia rompe el saco, además de una recomendación de la que naciones, gobiernos y personas pasan olímpicamente, ha hecho posible el sistema actual de países más ricos del mundo que se reúnen en torno a una mesa que llaman “G” (G-7, G-8, G-20). Indico también que de casta le viene al galgo, porque acaba de conocerse que una empresa, en este caso la multinacional Apple, tendrá este año unos beneficios 48.800 millones de euros.
Sin más preámbulos: resulta indecente. Otro escalofriante dato lo avala, semejante cantidad es superior al Producto Interior Bruto de 110 países de los 187 cuyo desarrollo fiscaliza y controla el Fondo Monetario Internacional. ¿Quién dijo crisis? La crisis es para los desgraciados que, jugando con las palabras, desgraciadamente somos la gran mayoría. Una empresa es capaz de ganar casi 50 mil millones, y un 1 por ciento de ricos acapara más que millones y millones de habitantes de norte a sur y de este a oeste de este bello planeta.
Con el tiempo, es imposible que el actual sistema y reparto de riqueza acabe bien. El desequilibrio mata. Mata de verdad (hambre en África o Asia), pero también en cifras que son chocantes. Apple, que fabrica ordenadores, tabletas y teléfonos, gana todo esto, pero millones de parados crecen en todas partes sin encontrar un retorno al mundo laboral. Una empresa genera más que toda Grecia, donde aún queda en pie el Partenón, pero los grandes clásicos se avergonzarían hoy de todo lo que sucede a nuestro alrededor.
¡Sí, amigo Aristóteles! Razón llevabas cuando dijiste aquello de que “la esperanza es el sueño del hombre despierto”. Aunque también diste en la diana al explicar que “no se puede desatar un nudo sin saber cómo está hecho”. Nosotros sabemos las maneras y pilares en las que se apoya el actual sistema de convivencia: poder, riqueza, oro, dinero, petróleo, energías, trabajo, mando y obediencia civil. En la acera de enfrente acechan las sombras en forma de injusticias, bien porque las democracias son débiles, bien porque las dictaduras encarcelan mientras saquean la riqueza. Todas ellas confluyen en una misma gangrena social que avanza en la medida que los beneficios se disparan de un lado y decrecen abruptamente de otro. Llegado este momento, aquí es donde, de verdad, la avaricia rompe el saco.