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Más pobres en la ciudad

Sobre todo si las ciudades y los pueblos son de pequeño tamaño en número de habitantes, en verano es costumbre que nos fijamos más en los forasteros que llegan. Yo cada vez observo más preocupado a quienes piden sentados en una esquina y otra de las aceras, aprovechando en la mayoría de las ocasiones el escaparate de lo que en otro tiempo fue una flamante tienda, ahora cerrada por la crisis. No entiendo muy bien que, dependiendo quien gobierne, haya tanta disparidad de opiniones y acciones sobre ayudas y servicios sociales en general.

Citada la palabra maldita y asquerosa, crisis, cabe señalarla como la que ha dejado en la cuneta cientos de miles de aspiraciones personales, que ahora deambulan por las calles, esperando que amanezca para iniciar jornada de pedir limosna, y al apagarse el día la cosa cambia y es menester buscar cama caliente en algún lugar que ofrezca digno descanso al cuerpo. Hay que tener un especial coraje para echarse a la calle y extender la mano para pedir. Jamás nos preparan para algo semejante, salvo que se pertenezca a banda organizada del ramo de pedir, que también las hay tanto nacionales como extranjeras. Pero volviendo al caso que nos ocupa, si la siguiente etapa de una vida con trabajo, quizás con familia y vida social, sea pedir, merece el respeto que seguramente tiene cada historia personal, a nada que te pares, les des unas monedas, y te intereses por su caso.

Lo sé, lo sé… La vida es cabrona en general (más para unos que para otros), y no hay tiempo para pararse en la situación del prójimo. Quizás me adelante cinco meses, porque la narración que escribo hoy es más de Navidad que del verano. No por ello el problema va a dejar de existir y, es más, que sepamos que va en aumento considerable. Mucho me temo que la pobreza ha llegado para quedarse. Los que presenciaron guerras lo saben muy bien. En el hoy, el ahora, los Objetivos del Milenio, que eran para erradicar el hambre en el mundo para el 2016, y no se cumplió nada de nada, ahora se han pasado al 20, creo, y se aumentan encima un poco las ambiciones. Son nuevas mentiras. Una renovada palabrería, barata, del poder político y financiero, para quedar bien con la gente y que se vea que hay movimientos solidarios con África, Asía y la América pobre. También se hace porque hay que echar noticias bonitas encima del estiércol de la crisis provocada principalmente por bancos, financieros sin escrúpulos, y malas políticas nacionales y supranacionales (Grecia) que resulta que han creado más ricos, aunque por cada rico hay un millón de pobres. ¡Ah, no, pobres, no, que ahora se les llama indigentes”. El indigente es la persona que carece de lo necesario para vivir o que lo tiene con escasez. Pues va a ser verdad. No hay tiempo que perder porque es una cruda realidad que se extiende por ciudades y pueblos. En definitiva: que se ve más pobreza porque hay más pobreza. Y no cabe mirar para el cielo, porque te encuentras a buena gente necesitada a cada paso que das por tu ciudad.

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