A los españoles nos gusta más ir a votar que no hacerlo. Somos también un país cambiante, y la prueba de ello es que, una cita electoral tras otra, el término preferido del marketing electoral es la palabra cambio. Somos también muy dados a la exageración y el tremendismo. Lo mismo se ha podido oír que la Transición está muerta, a que apartarse de un voto o un candidato concreto era lo mismo que elegir el abismo. Creo que lo verdaderamente cierto de cada nueva elección es que los que hablan y deciden son los ciudadanos, y todos aquellos que se presentan para lograr una representación política deben de tomar buena nota de sus resultados, porque no es verdad (y también es imposible) que todos ganen a la vez.
Desde anoche mismo, las interpretaciones sobre los resultados, por muchas que sean, giran en torno a las mismas cuestiones a las que se nos tiene acostumbrados. Este que suscribe, a contracorriente, sólo ve una causa alargada: la mala situación personal, laboral, económica, de cada ciudadano, y su necesidad de optimismo e ilusión por mejorar, especialmente si estás desempleado o nadie te da trabajo.
Así es: nos gusta vivir bien, y no estamos acostumbrado a hacerlo como ha ocurrido en los últimos años, debido a una brutal crisis. Sé que no es lo mismo hablar de una crisis desde dentro de un Gobierno que desde fuera, aunque hay que intentarlo. La comunicación cotidiana ha jugado también un papel decisivo en estas elecciones y la irrupción de nuevos partidos, que han tenido en la televisión y en Internet (grandes, medianos y pequeños periódicos digitales) a sus mejores aliados.
Estar todo el día en la tele tiene el riesgo de que un día metas la pata, pero a base de salir constantemente, no es menos cierto que vas a terminar calando en un amplio espectro social que demanda, precisamente, de lo que se habla en estos potentes medios: trabajo y oportunidades. Poco han importado las nuevas infraestructuras construidas en comunidades y sus ciudades.
Los jóvenes han sido y son la fuerza todo poderosa de estas últimas elecciones. No se les puede pedir paciencia cuando son veinteañeros con sueños, y se quedan en la habitación de su casa, acostados en la cama, mirando al techo, a falta de otra cosa más productiva que hacer como es ganar un sueldo con el que van a poder cumplir precisamente sus anhelos. La voz de la juventud y de sus familias se ha oído en este 24 de mayo de 2015 alta y clara. La suya, y otras muchas voces, volverán a retumbar cada nueva cita, en la medida en que la política que marca y establece actualmente la Unión Europea cree países de primera y de segunda, y ciudadanos de primera y de segunda, o, lo que es lo mismo, tener trabajo o no. Mucho me temo que esto es a lo que primeramente se vota: tener un trabajo y ganarse la vida.