Naciones Unidas tiene también entre sus días especiales el de la Madre Tierra. Como con otros tantos debates, los habitantes del planeta están divididos en dos a la hora de creer o no creer sobre que estamos acabando con todo el ecosistema que nos da cobijo y de comer. De ahí que el Cambio Climático, el Calentamiento Global y el Efecto Invernadero, tres de tres, se aparquen en época no electoral y regresen a los platós de las teles cuando hay presidenciales, especialmente en los Estados Unidos, donde también está la sede central de la ONU.
Puestos a pedir, me gustaría pedirle a la ONU que cree también los Cascos Azules en defensa de la tierra, el aire, los mares, los ríos, los bosques, los elefantes, los rinocerontes y las ballenas que comparten el planeta malamente (para ellos) con nosotros. Acabamos con todo lo que se nos ponga por delante, y Naciones Unidas nos invita a la ciudadanía a asumir el liderazgo (¡bien!) de la defensa de la tierra, a la vez que redefinamos el concepto de progreso (también oquei).
Se han puesto a pensar donde habitualmente ya se han quedado hace tiempo sin ideas. Han ido esta vez mucho más lejos pidiendo un tratado mundial para frenar el exterminio al que tenemos sometida a la fauna y flora, unido a la sobre explotación de todo, para cada día dar de comer a más millones de personas en el universo. La esperanza de que este pacto salga adelante es la misma que tengo yo para que me crezca pelo: nula. ¡Por pedir que no quede!, deben exclamar los burócratas de la ONU. Nada hemos aprendido de la gran cagada nuclear de Chernobyl, tampoco del gigantesco tsunami de Indonesia, y menos de la radiación que campa a sus anchas en Fukusima. ¿A qué le tenemos miedo entonces los hombres y mujeres? Al paro, a perder las tarjetas de crédito, y a cambiar el estatus social de la clase media a la baja, que nos impida alternar y hacer el tonto. No es de extrañar que se nos pida, de uno en uno, concienciación y liderar desde nuestra propia casa (reciclando, por ejemplo) darle larga vida a la tierra. Es tan bonita que pensamos que lo aguanta todo, empezando por nosotros como habitantes tóxicos. ¡Aquí es donde el planeta tiene los días contados!