Brice Robin es el fiscal jefe de Marsella y de él ha dependido esclarecer lo ocurrido realmente con el Airbus 320, estrellado a posta en los Alpes franceses por un copiloto desequilibrado. Al día siguiente de la terrible catástrofe, se presentó ante la prensa mundial, dijo toda la verdad, contestó a las preguntas con datos contrastados, fue absolutamente respetuoso con las familias de los muertos, y todo aquello que prometió se fue cumpliendo como la gota a gota que cae del codo averiado del desague de un fregadero. Sí, ¡existen los hombres y mujeres justos! No es habitual verlos, al menos en nuestro país, que ha tenido en los últimos años sus graves accidentes de aviación y ferroviarios, añadiendo por mi cuenta las chorizadas de las Preferentes bancarias o los desahucios que te afilan las uñas a diario de tanta rabia contenida.
En las profesiones, por supuesto también la periodística, las cláusulas de la ética se parecen bastante. La verdad está ahí, sólo hay que querer buscarla. Aunque de habitual lo que más debiera protegerse se empareja con el engaño, la mentira, la falsedad, la corrupción y el dejar pasar el tiempo para que se calmen las aguas turbias y se enfríen las cosas. Es curioso que Brice Robin lleve como apellido el nombre de aquel caballero, Robin Hood, que decidió pese a su alta posición social, ponerse de parte de los pobres, robando a los ricos lo que antes ellos habían usurpado mediante la fuerza e injustos impuestos a sus súbitos.
A su manera, Brice Robin es un justiciero con la palabra y con sentido único que hay que darle cuando las cosas han venido tan mal dadas como con el copiloto Andreas Lubitz. No tengo duda: ya le están satanizando porque es más conveniente. ¿Qué por qué lo digo? Porque, que me perdone el señor fiscal jefe de Marsella, el auténtico error en este oscuro caso ha sido dejar volar siquiera en avioneta a este alemán que decidió apearse del mundo llevándose con él a 149 inocentes. Cargar y cargar apelativos nada cariñosos contra Lubitz es más bien desviar la atención. Algo que no hizo en absoluto en su gran comparecencia un fiscal francés. Brian Robin consiguió lo que aquí es imposible. Contar con precisión, señoras y señores, estos son los hechos: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… Se sentó tranquilo frente a cámaras y micrófonos, relató todo lo que sabía hasta ese momento, y lo dijo con total respeto. Al concluir su exposición, se levantó de la silla, y se despidió sin buscar más cámaras ni focos, consciente de que la reputación se agranda con la verdad por delante. ¡Véngase para España, señor Robin, y enseñe aquí cómo se hace!