Search
Close this search box.

Las ballenas nos abandonan

En ocasiones, cuando oigo pronunciar a alguien esto de “que se pare el mundo, que me apeo”, inmediatamente pienso en una ballena. Sin más explicación que también llueve sobre el mar, y que por dentro está podrido de tanto plástico y mierda como lo contaminamos todo, alrededor de cien ballenas se han quedado varadas en una playa de Nueva Zelanda y han decidido, así, morir. No se conocen las razones y especular pues no es de buena educación cuando se escribe para contar algo, recordar, o volver a tocar conciencias (si es que quedan) sobre que estamos matando el planeta, lenta pero imparablemente. Algún experto sí se ha querido manifestar sobre que las ballenas pueden tener su estrés contra tanto que las persigue y amenaza, empezando por los arpones, y decide esta eutanasia colectiva que ni siquiera las va a impedir ser degustadas en los mercados asiáticos de la gastronomía.

Este pienso yo que es el auténtico problema. Mientras la ballena se compre y se coma como si nada, y su aceite y otras partes del “Calderón” (como se llama también a la ballena suicida) sean pasto del comercio internacional, no hay nada que hacer por la mi pobre. No nos basta con lo devastador que hemos hecho en el pasado, que no cejamos en el empeño de acabar con todo, se llame atún rojo, elefante, rinoceronte, tigre o, pasando a la flora, el Amazonas, tan asediado por la tala de árboles y de excavadoras que arrancan de cuajo todas sus raíces. Sin la naturaleza y todo lo que contiene, estamos perdidos. Cada vez que se suicida una ballena, es como un nuevo toque de atención. “No”, “Basta”, “Stop”, dicen las pocas voces y los pocos medios de comunicación que se levantan contra esta barbarie sistemática. Tarde o temprano, nos vamos a arrepentir, y en este punto sí que quiero ser apocalíptico. Con Fukushima no llegó el Apocalipsis, de chiripa. Estas ballenas que se acaban de suicidar han decidido abandonarnos. Es muy premonitorio de lo que piensan las especies de la más inteligente: que no tenemos remedio ni Dios que nos lo imponga.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *