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Contra las voces que piden menos libertad

Hija de la libertad es la libertad de expresión. Han empezado en tono bajo, para tantear el ambiente, pero enseguida elevan la voz aquellos que piensan que, tras un grave atentado como el reciente de París, hay que reforzar la seguridad aún a costa de recortar las libertades personales. El negro resumen de los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York son sus tres mil muertos, seis mil heridos, las guerras abiertas posteriormente, Guantanamo y el espionaje masivo de Estados Unidos, incluso a sus propios aliados. Evidentemente, sí. Quiero decir con esto que das la mano y te cogen el pie. La libertad de hablar, opinar, informar y dibujar no es negociable. Es el peso de la ley, a través de las fuerzas de seguridad, el que debe caer encima de los asesinos y quienes les financian. Intentar difundir a estas alturas de nuestra  historia dónde está el límite de la información y si un semanario puede o no sacar viñetas que reproducen a Mahoma, me parece un debate interesado con oscuros propósitos que desconozco.

En este mundo no sobra precisamente la libertad de expresión. Europa es la cuna del respeto a unos valores irrenunciables que nos hacen ciudadanos libres en el sentido más amplio del término. Cometemos errores y aprendemos de ellos, pero no nos sometemos a la autoflagelación de restar en vez de sumar, como ocurre en las sociedades donde la represiva seguridad del Estado y la censura previa abortan de continuo que las diferentes opiniones y opciones se expresen a través de medios de comunicación libres. Creo que los ciudadanos queremos unas fuerzas policiales internacionales bien conectadas, que trabajen en común, y que logren así el resultado que todos queremos, que no es otro que la caza del terrorista. De aquí a debatir lo que se dibuja o no se dibuja, o lo que se cuenta a través de Internet, sinceramente, me parecen pasos peligrosos que no es necesario dar. ¡Dejen al menos en paz mi wasap!

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