Poner y decorar el árbol navideño requiere de las ganas que se tengan de hacerlo, y de las circunstancias muy personales, donde se mezclan el trabajo, la familia, los recuerdos y la ilusión. Hollywood, a lo largo de su historia, nos ha metido en vena que la Navidad es para verse, estar juntos, gastar en comida y regalos. Ni qué decir que no es del todo cierto, pero resulta que estamos hechos a pasarlas así y, lo contrario, son unas navidades tristes. La bola de la Navidad presente, será así para muchas personas, pero en otras tantas fallará algo relativo a la suerte personal.

En efecto: vinculamos esta época a acabar bien y a empezar mejor otro largo año. Lo brindamos, lo degustamos y hasta llegamos a las doce uvas de las campanadas, donde puedes mandar a tomar vientos al mal año acabado, y  hablar interiormente al nuevo para decirle: “¡oye, que ya es mi hora, me toca a mí!” Se entiende perfectamente, sobre todo si eres persona lógica. Cuando llegan unas navidades, duele profundamente estar sin trabajo, no tener perspectivas, o llevarlo incluso a no poner el árbol con sus bolas, porque no crees que vaya a cambiar el panorama a partir del próximo enero. Puede que sí o puede que no. Son las circunstancias las que, desgraciadamente, manejan a su antojo el humor.

Antes de escribir a los deseos, he tirado a la papelera un tema muy serio, referido a si seguimos en la crisis o ya hemos salido de ella. ¡Depende! Depende de muchas cosas, de millones de personas, de haber nacido en un sitio o en otro, y de vivir con normalidad los meses cotidianos del año, sin hambre, sin estrecheces, con un sueldo digo, percibiendo que tú y los tuyos tienen una de las bolas de la suerte con las que decoramos el árbol de Navidad. Siempre habrá que luchar contra las injusticias, porque es lo que han marcado los tiempos pasados y actuales. Cada ruina personal que se acaba, es una bola más para tener una mejor navidad presente y futura.