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Machismo deslenguado

En realidad, el machismo es al mismo tiempo deslenguado. Aquellos que sistemáticamente se disculpan cuando mentan a las mujeres en frases absolutamente palurdas, alguien debería decirles que ninguna de las ofendidas les creen ya, porque basta una vez para comprobar el machismo que tanto daño hace cada doce meses en este bendito país. Las palabras pueden ser también puños, hachas o balas, que son las armas habituales utilizadas por los bastardos que matan la vida de una mujer. Los asesinos que tienen un sentir contrario a la igualdad, y que tienen sus propios medios violentos para combatirla, pueden crecerse –de hecho se crecen- cada vez que surge alguna nueva declaración estúpida, que sólo pretende dirigir el comportamiento de la mujer según los conceptos neandertales que a ellos les van. Prefiero pensar esto primero antes que convencerme de que lo hacen para salir en la tele, por toda la polémica que arrastra en una sociedad aún demasiado acostumbrada a ofender de mil maneras a las mujeres. Por si acaso son personajes que creen en este tipo de publicidad maliciosa, no citaré siquiera sus nombres, porque no interesan, y porque sin duda volverán a las andadas más temprano que tarde.

Creer o no creer en la mujer vuelve a ser una vez más la cuestión de fondo y de forma. Ni mucho menos la igualdad está ganada, y ni mucho menos es un problema pequeño el que cada dos por tres nos veamos metidos en debates sobre lo que ha dicho fulanito y menganito. Lo tengo absolutamente claro: aquí son las raíces machistas, educativas y familiares las que marcan distancias entre mujeres y hombres. Educado como es debido en casa (incluso evitándole la televisión y sus anuncios tan machistas), si un niño empieza a hacer dañinas afirmaciones sobre las niñas, habrá que mirar hacia el colegio, sus profesores y por supuesto las malas compañías del chaval. El trabajo con ellos nunca acaba si en medio nos topamos con idioteces que se pronuncian, no entiendo ni por qué, ni para qué, salvo por machismo directo. Sus autores van de gallos, se sienten muy fuertes, pero incluso la fama y el poder tiene como adversario claro que no todo se puede decir, ni se permite, salvo en las dictaduras. La democracia, para ser total, tiene que estar rebosante de igualdad. Quien cree esto, es porque también cree en las mujeres y rechaza de plano vejarlas por un machismo antediluviano ejercido por deslenguados.

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