La creatividad es una mezcla de hacer, distraer y denunciar. Para mi gusto, son los tres espejos esenciales del arte en cualquiera de sus formas y expresiones. Puedes pasear junto a un verde prado, pararte y hacer una foto con el móvil, sin recaer en que con el paso del tiempo puede levantarse sobre ese mismo lugar una monstruosa urbanización de adosados similares. La antesala del arte es ver y sentir intensamente situaciones que luego el artista plasma para que perduren. ¿Las palabras se las lleva el viento realmente? Pienso yo que dependerá de quien las pronuncie. Lo mismo sucede con los bellos sonetos y demás relatos convertidos en libros, más que de cabecera, tacharía de inolvidables por algún personaje, lugar o situación que te gustaría vivir tal como la leíste la primera vez. En la Edad Media era la caballería, y tras las guerras llegan las postguerras y con ellas la necesidad.
Falta muy poco para que se pinte a trisca los desastres de la crisis económica y social, como Francisco de Goya pintó en su día los Desastres de la Guerra. El arte surge de situaciones concretas, de rostros de la vida, unos más reconocibles que otros según los estilos artísticos. Y lo poseen unos pocos que pueden, y también están los museos que nos hace como sentir que un cuadro de Picasso, Da Vinci, Rembrandt o Velázquez es de todos. Hay que tener cuidado con la cultura que posee un Estado, porque desde que Portugal, para tener dinero en caja, puso a la venta sus 85 “mirós”, ya no se puede fiar uno ni del mismísimo Museo Británico.
Jamás llegaré a entender cómo y por qué, cuando una ciudad se bombardea, lo primero que se salva son sus cuadros valiosos, mientras la población civil es masacrada indiscriminadamente. Hitler invadía Europa, y a continuación mandaba soldados a los grandes museos y a las casas de judíos ricos para robarles sus cuadros, el oro y otras piezas de valor. Han pasado más de setenta años, y aún siguen apareciendo en desvanes ocultos cientos de lienzos expoliados a sus legítimos dueños. El Guernika es el cuadro más conocido sobre la Guerra Civil, lo que me lleva a pensar que la mejor manera de contribuir a que un desastre no se repita es echar mano con antelación suficiente de la educación y la cultura. ¡Ay, soy un romántico sin curación, y, a mayor, más me aferro a esta forma de ser y de pensar!
No recuerdo ahora si Iroshima y Nagasaki tienen un cuadro de referencia que describan el terror de que una bomba atómica te caiga encima. Una canción, una obra de teatro, seguro que el cine, e incluso una escultura que está aún por cobrar forma a base de golpes certeros de cincel y martillo, contarán lo que pasó en Chernobyl o Fukushima. Con tanto arte como expresión de la denuncia, me he olvidado de que la creatividad también sirve para hacer y distraer. Dos olvidos inexcusables por mi parte, producto de mi empecinamiento romántico.
Obra-Foto: Escultura de Giulio Paolini