La igualdad no se gana con sólo desearlo. La violencia de género tampoco acabará hasta que los maltratadores y asesionos de mujeres sean repudiados a todos los niveles de una sociedad que, aún, a mi manea de ver, es permisiva. Cualquier mínimo conato de desigualdad entre una mujer y un hombre enciende tarde o temprano una llama destructiva que termina en los malos pensamientos de “conmigo o contra mí”, “la maté porque era mía” y “sumisión total o mano larga”. Las mujeres acosadas por un pasado de palizas, amenazas y golpes verbales, psicologicos y físicos, caen como moscas. No hace falta que lo aseguren, sé que la comparación es tremenda, pero no por ello menos cierta. No podemos acostumbrarnos a una noticia tras otra que cuenta el último asesinato de una inocente, pero esclava, a manos de una bestía. Y es lo que estamos haciendo: acostumbrarnos, encogernos de hombros como si no tuviera remedio. Hay que negarse, decir ¡basta!, ¡se acabó!, ¡hasta aquí hemos llegado”, y no se volverá a repetir, al menos de forma siempre tan seguida, porque el repudio legal y civil es total, y el castigo no tedrá perdón ni reinsercción.
De lo peor castigado en el código penal, debe ser un piojoso maltratador. Cuando asistimos a que salen de la cárcel, regresan a sus ciudades y pueblos como si nada, e incluso se permiten vivir a dos pasos de las mujeres acosadas, me entra un asco profundo porque mi país pueda permitir cosas semejantes. No ayuda mucho tampoco que los medios hagan sensacionalismos con estos casos. O se está contra la violencia de género de forma decidida, continuada y feroz en las denuncias y exigencias, o mejor que no pongan nada por televisión de este problema. Con todo, los medios han hecho muchísimo y bueno. No olvidemos nunca la cara de cada uno de estos tipejos. Los que decidieron tras su violento asesinato quedarse entre nosotros, no pueden tener un momento de respiro para que paguen como merecen su intolerancia, su sexismo, y vil crueldad.