El poder mantiene siempre viva la vieja idea de que un país es poderoso cuanta más población tiene. Por eso la natalidad se impulsa desde las creencias religiosas, pero también desde las estratégicas: mejor, muchos habitantes, por si las moscas. A China, por ejemplo. No podría asegurar si a China se la teme más por su poderío económico, su potente ejército, o porque son más de mil millones de chinos los que hay. Ahora en España se están nuevamente impulsando los nacimientos. Lo aprecio en los anuncios, se ve en las películas, y se distingue en la participación, no sabemos si desinteresada, de los culebrones de ciertas cadenas de televisión, con gran simpatía hacia lo natalicio. Lo de ser padres hoy en España, como que está en punto muerto. Nuestros jóvenes, creo que con gran sensatez, siempre han buscado primeramente su independencia económica y contar con casa hipotecada, antes de tener hijos. La crisis de cinco largos años se ha cepillado estas premisas, con lo cual nadie sabe a ciencia cierta las ganas que tienen muchas parejas de tener descendencia.
Se ha ido al garete lo de pronosticar un mundo mejor, bien cuidado gracias a una ecología sostenible, y donde las generaciones actuales hereden (sí, utilizábamos el verbo heredar) todo lo bueno que dejamos a los que vienen detrás, incluso mejorado. De abuelos a hijos, poco se habla ya de futuro por si te pillas las manos. Lo que está por venir es una incógnita, salvo para las películas de ciencia ficción. Aunque no es todo blanco ni negro, porque hay que abrir la mano al progreso general. Llegar a la conclusión de que puedes vivir, mantenerte y ser padres, con cuatrocientos euros al mes es una majadería. Esta crisis ha reventado a la familia, como auténtica mantenedora de hijos en paro y nietos a los que hay que dar de comer y comprarles libros para ir al colegio. La reagrupación de proyectos de vida va a depender de la recuperación de ilusiones personales, ni más ni menos. Entonces y sólo entonces las familias crecen, porque el anhelo de cualquier madre es que su hijo nazca con un pan debajo del brazo.