Es así de penoso: hablamos sólo de cambio climático, y de que hay que ponerse manos a la obra en la protección de la tierra, sólo cuando la naturaleza revienta por algún lado. Cuidar el entorno es una de las grandes hipocresías de gobiernos, organismos y ciudadanos. Pensamos que con que las ciudades ganen premios subvencionados a su limpieza, a sus jardines y parques, ya está todo hecho. ¡Que va, para nada! A la naturaleza, como al Amazonas, la destruyen las excavadoras, echando cemento en dunas, playas y bosques que debieran de ser intocables, y hacer verdad sagrada eso de preservar para las generaciones futuras los parajes intocables. En España se acaba de permitir por ley un mayor uso público de los parques naturales. Me parece fatal, porque nuestras malas costumbres son conocidas, especialmente con el maltrato a la naturaleza, echarla todo tipo de desperdicios, y aplastar con el cuatro por cuatro todo lo que pillen las ruedas del coche.
No queda otra que proteger a la naturaleza por ley. A nada que la legislación
baja la guardia, surgen planes de construcción en los lugares más alucinantes. Tampoco nos tenemos que dejar engañar con subterfugios como son los de ocupar zonas vírgenes con campos de golf, de hípica o circuitos de lo mas variado. Todo esto es atentar igualmente contra la naturaleza. No me niego al progreso, pero sí a levantarlo sobre arenales, acantilados costeros y verdes praderas ganaderas. Parecería que las lecciones están aprendidas, máxime en España con el crack de la construcción y todo lo que se ha llevado por delante, pero no es así. A medida que la crisis va quedando atrás, afloraran nuevamente proyectos inmobiliarios escalofriantes, destructivos y sospechosamente licenciados con permisos. Sólo cuando los vientos, las nevadas y extremas temperaturas, la fuerza de las aguas o los movimientos de las tierras, cobran fatales protagonismos, nos acordamos del cambio climático. Volvemos a hablar de ello en el próximo temporal arrasador.