No creo que sea por miedo o temores, pero la gente no es muy dada a expresar en voz alta lo que piensa de determinadas cosas que suceden a su alrededor. Conviviendo con los silencios, los seres humanos estamos hechos de una pasta que nos hace percibir perfectamente cuáles son las sensaciones de la calle sobre los problemas arrastrados. Divido la apuesta entre las casillas del paro y de la corrupción. El trabajo porque no remonta, y se dan previsiones de años demasiado lejanos, y que, vamos, no puede ser. La corrupción, está también la corrupción. Salvo los casos que se pueden contar con la mitad de dedos de una mano, aquí no entra en la cárcel ni el tato. A los indultos, que los piden todos los mangantes, los españoles nos hemos hecho indiferentes. No nos ofrece pena alguna quien ha robado, ha evadido dinero, ha matado en la carretera con alcohol encima, o no paga sus impuestos como los demás. ¡Que paguen, y punto!
Al principio de la crisis éramos muchos los que hablábamos de regeneración de nuestra sociedad y malas prácticas empresariales y fiscales, pero, ahora, si te veo, no me acuerdo. Los jóvenes tienen la moral por los suelos. Se ven en casa sin hacer nada. Comprueban lo mal que funciona su país en determinadas cuestiones, y que es tierra fácil para hacerla y no pagarla. Han recibido una magnífica educación y preparación, pero el mensaje para ellos es un “sin”: sin futuro, sin vivir en tu país, y sin asegurarte que al irte fuera vayas a trabajar en el sector para el que has estudiado. Hablar de ejemplo es darlo en cada actuación política, económica o de otro tipo. Aquí, no es el caso.