Con las Olimpiadas y Eurovegas, Madrid ha tenido dos portazos sonoros en poco tiempo. Las grandes ciudades siempre lo han apostado todo a los macroproyectos, en un ansia doble de competir entre ellas y de tener los mayores reconocimientos en base a su modernidad. Dónde quede la forma de vivir de los ciudadanos de esas urbes es una incógnita, máxime porque siguen apostando por asuntos de lo cotidiano como la buena limpieza, la belleza de los parques y jardines, la eliminación de la contaminación, ir de vinos, los autobuses que llegan a todos partes, y una cultura diversa y plural que atañe a todas las edades para que el término ciudad signifique al tiempo ocio y diversión. Hay capitales que están en dar servicios informativos por el móvil, que es una manera fría de que la juventud de hoy cambie las costumbres el día de mañana accediendo por ordenadores móviles a lo que les ofrecen sus ayuntamientos. Pero no todo son buenas expectativas porque, sin dinero y con demasiados créditos impagados, las corporaciones no tienen muy claro hacia dónde van. Juegos Olímpicos, casinos, museos y anillos culturales…, está todo inventado y hace tiempo.
Las ciudades se tienen que redescubrir, ¿pero cómo? Están envejeciendo por la crisis, no sólo en fisonomía, también en población. Unos se hacen viejos y los jóvenes huyen en busca de porvenir. Por eso lo primero es que ofrezcan oportunidades, que se muevan, pero dejen de pensar en ser lo que no pueden y además los ciudadanos no han pedido. Las poblaciones que lo sacan todo al extrarradio pierden su encanto y con ello volvemos al debate principal de la identidad de nuestras ciudades. La que dé trabajo, seguridad, cuente con colegios aquí y allá, se pueda respirar, tenga parques atractivos, un trafico razonable y esté especialmente limpia, sigue siendo la ciudad que gusta a los vecinos. Entonces, ¿por qué un Eurovegas que puede acabar con mucho de todo esto? El futuro de las ciudades ha de pasar inexcusablemente por preguntar a sus habitantes lo que quieren y lo que no. No basta con hacer planes y apoyarse en determinados medios de comunicación para llevarlos a la práctica. Esto ha quedado también caduco por la crisis, y por los muchos proyectos en forma de aeropuertos, ciudades de la justicia, de las ciencias, de los libros o de lo que sea, que se han terminado sin uso o que se han abandonado a medias. Estas obras faraónicas, que quedan en pie y vacías para vergüenza de sus promotores, hablan por si solas de que el rumbo que habían tomado muchas ciudades no era el adecuado. El debate sobre su futuro sigue estando más presente que nunca, al igual que la idea de que una ciudad, lo que debe propiciar, es una vida fácil y agradable.