Tiene su aquel exigir cada dos por tres una mayor seguridad vial (que veo bien), pero sin que se cumplan todos y cada uno de los requisitos previos que conlleva tener unas carreteras en perfecto estado de conservación. De noche, hace unos días, regresaba de Madrid con fuerte aguanieve en el tramo que lleva de Aguilar de Campo a Reinosa. No podía dar crédito a que no se apreciaran apenas las líneas separadoras de carriles, en nada reflectantes por si fuera poco. Avenidas y otras vías de una ciudad con escasez de asfalto no tiene justificación, ni siquiera la de la crisis. Ahora bien: rodar por la Red de Carreteras del Estado en condiciones penosas, es pasar de unas infraestructuras de primera a la segunda división b. El lío está montado cuando se tiene un grave percance por culpa de lamentables condiciones de asfaltado, señalización, pintado, indicadores o vallas protectoras, entre otros muchos elementos que forman parte de una autovía o autopista. En este último caso, el de las autopistas, es peor si cabe, porque se paga y bastante por circular en tramos concretos de la geografía española.
Para exigir, todos tenemos que cumplir. El Estado, manteniendo al día las infraestructuras en general. Los conductores, respetando normas y la velocidad permitida. De no ser así, multa al canto y retirada de puntos del carné de conducir. Pero, ¿quién pone el mismo cascabel a la administración cuando no cumple? Viejo cantar, pero no por ello deja de tener actualidad. Es preferible hacer menos, pero manteniendo al mejor nivel las carreteras ya existentes. Las comparaciones son odiosas, pero viajar por Centro Europa es apreciar un respeto escrupuloso por unas carreteras con un alto nivel de seguridad, de día y de noche. Creo que no es mucho pedir a cambio de lo que pagamos los contribuyentes por la alta factura que supone el buen funcionamiento de nuestro país.