Siempre se ha dicho que hay cariños que matan, y va a tener razón el primero o la primera que puso la frase en circulación. En los quereres hay una lista. Uno quiere al de al lado, al prójimo, a los demás… Se puede querer también lo material: la tierra, la casa, el oro, las joyas, los coches, y los ejemplos llegarían a un montón. Luego está querer a tu país, a la ciudad, pueblo y barrio en el que vives, y que se vea cómo lo defiendes con uñas y dientes cada vez que sea menester. Quedaría quererte a ti mismo, y a la pareja (la que cada cual quiera), que se elija para compartir toda una vida, o hasta dónde se llegue en el tiempo.
De las que me han salido voy a abordar especialmente dos: quererse a uno mismo y querer a tu país. Rápida conclusión: no lo hacemos nada bien. Y no “progresamos adecuadamente” como creo que aún se pone en las notas de los niños pequeños en el colegio. Dirán ustedes: ¿qué tiene que ver quererse a uno mismo con querer a tu país? Pues todo. Quien no sabe quererse, es difícil que extienda este fuerte sentimiento a otras motivaciones, como ser de un lugar y presentarlo a continuación como el mejor del mundo. Los españoles nos castigamos por casi todo. Semana Santa es para muchos todo el año. Porque se comen el coco terriblemente, porque lo piensan todo diez veces, porque se plantean su existencia a las primeras de cambio, o porque parece que la muerte acecha o el mundo se acaba cuando has convertido un problema (serio o no) en un final.
No tendría ni que escribir que son características muy españolas, que nos hacen perder. No ayuda en nada ser así. En apariencia, somos muy cálidos, abiertos y felices por el sol y las costumbre sanas que nos pegamos en el país, como trabajar (el que puede) y salir de vinos aunque sea lunes. Pero no dejan de ser anécdotas externas, de apariencia social, porque la profesión real va por dentro. Ya sentados en el sofá de casa o antes de dormir, es cuando realmente se revuelven los malos pensamientos (la envidia es uno) dentro de la cabeza. O damos todo, o no damos nada. Pasamos del éxito al fracaso en días, porque lo cierto es que nos queremos poco y no tratamos a nuestra mente y forma de ser como se merecen. ¡De verdad!: siempre se está a tiempo de hacerlo mejor, incluso con problemas. Basta con proponérselo.