Son unos auténticos descerebrados los que fichan a un jugador de fútbol por una cifra escandalosa de millones, porque ponerle precio a las vidas, mejor para unos y peor para otros, es la mayor miseria contra la que viene inútilmente luchando la humanidad desde el día número uno de su existencia. Tener dinero, que en España es más de boquita que real, no te da patente de corso para comprarlo todo, crear desigualdades y miseria, arrasar pueblos indígenas, joder el Amazonas, o cambiar de nacionalidad porque, la bandera es la bandera, pero pagar muchos impuestos en nombre de ella, eso queda para tontos y pobres. Los que mueven los hilos de la pasta, que a su vez mueve los del poder, no han entendido nada de la crisis, porque nada tienen que entender. La han creado a posta. Me revienta, pero puedo llegar a escuchar en silencio total que quien no tiene donde caerse muerto, vea con buenos ojos que el club de sus amores fiche a un jugador por cien millones de euros. El opio del pueblo que se ha venido llamando, veo ahora que acertadamente. Lo que no me callo ni aplastada mi cabeza contra el suelo, es que nuestro país está lleno de fantasmas, de chuletas, chorizos, y de personajes que trabajan sólo para ser-aparentar que pintan más que nadie.
Una vez me dijo alguien que lo sabe bien, que a muchos empresarios de todo tipo les importa un pito el fútbol, del que ni entienden lo que es el fuera de juego. Que lo que de verdad les interesa es abrir y cerrar negocios en los palcos, y la compra-venta de jugadores es uno de los más lucrativos. La gente, el aficionado, es por lo tanto sólo el pretexto pero también la figura de cera que ni habla ni se mueve. Cuando oigo dentro de algún discursillo malo de uno de estos magnates de los deportes que “quieren un mundo mejor”, que si “juego limpio”, ¡¡tralari tralará!!, me entran ganas de vomitar. Espérenlo porque lo voy a decir. El deporte, en este caso el fútbol, debe dejar paso durante una larga temporada a que la crisis acabe y que el precio de las vidas de las gentes recobre rumbo a mejor, aunque la expresión en sí resulta despreciable. Como resulta demagogia pero demostrable esto: ¿Cómo te gastas millones de euros en un jugador, cuando hay mucha gente del país donde viene a jugar que pasa hambre?. O esto: ¿pudo Brasil organizar la última Copa Continental de Fútbol y puede hacer los Juegos Olímpicos, con la forma de vivir de millones de sus habitantes como muestra la foto? No. Y, por último, ¿puede Madrid, como está España, organizar los Juegos Olímpicos del 2020? Tampoco. Luego, ves a los chavales en los comedores sociales, luciendo la camiseta del club por la que son capaces de pegarse en el patio del colegio como otro niño insulte a su ídolo. Ver ganar a su equipo les quita penas, y terminan por dormirse con una media sonrisa de satisfacción en la boca. Pero a estos tíos que toman las decisiones de cifras monstruosas, hay que amargarles sus fiestones y sus festines. ¿Cómo? Yendo a contracorriente, que no es otra cosa que manifestar, en contra de una inmensa mayoría, que lo que hacen y el precio que le ponen a orgías organizativas deportivas y el precio que le ponen las personas (jugadores en este caso) dan asco.