Sería manipulador negar que a los vecinos de una calle no les hace pizca de gracia que les cambien su nombre, porque uno que lo ha vivido llegó en varias ocasiones a recordar a los parientes de quienes toman este tipo de decisiones, por los inconvenientes burocráticos que genera el acuerdo. En un país donde todo el mundo se mete con el papeleo y nadie hace nada por erradicarlo, resulta fácil incomodar a los que viven donde antes se llamaba calle General Mola, y ahora va a ser Ataúlfo Argenta. La cosa, pues, no queda sólo en cambiar las placas. Parecería por lo que digo que no estoy de acuerdo con la decisión, y no es así. Me parece acertado y bien elegido el lugar del cambio de nombre, porque cuando en Santander le ponen a alguien su nombre a una calle, suele ser en lugares que a partir de las diez de la noche ya no te atreves a ir sólo.
Cantabria, en este caso la capital, se reivindica con los nuestros. Lo hace siempre tarde, pero termina por hacerlo. Ataúlfo Argenta es uno de los grandes músicos españoles, y prefiero ver calles de Albéniz, Arriaga, Falla, Bach o Pergolesi, que de generales, ganaran o perdieran una guerra. Los que tienen recuerdos y una ideología muy definida, y creen que estos nombres forman parte de la historia, el hecho les sienta mal. Los vecinos, en lo que piensan es que no les vuelvan locos a partir de ahora con los recibios del banco, la luz, el agua, el DNI o el carné de conducir. No creo que su enfado sea por las guerras, que son para no olvidarlas en los libros y educar en la buena orientación cívica a los chavales. Las guerras no son para plasmarlas en placas de calles ni tampoco en monolitos. Y me da igual que sea la Guerra de los 100 años, la Civil Española, la Primera, la Segunda Guerra Mundial, Irak o Afganistán. No tiene que volver a pasar, y san se acabó. Esta es la auténtica gran lección, y no una placa de una calle con el nombre del militar o la batalla que ganó. Una guerra nunca la gana nadie. Le pasa a España, que cada nuevas elecciones generales, vuelve a sacar los fantasmas del 36. Esto no se puede hacer a las nuevas generaciones, que tienen que saber las barbaridades y errores que se perpetraron en nombre de ideales, conquistas territoriales y odios personales. Si la lección estuviera aprendida, no debería sentar mal a nadie el cambio de nombre de una calle por otro. De sobra sé que muchos no pensarán así, porque nunca llueve a gusto de todos, aunque sean decisiones que se toman en las instituciones que emanan de la propia democracia como es un ayuntamiento.