Me pongo de los nervios cada vez que oigo a un portavoz gubernamental decir que en España queda aún mucho margen para subir impuestos. La pregunta ya está en la calle: ¿recibimos en proporción a lo que pagamos? Cuando sentíamos en el cuerpo la sensación de vivir en un estado de bienestar, poco podíamos anteponer la queja a las circunstancias. Pero los tiempos han cambiado a peor. Las clases medias están azotadas y cogidas por los tobillos con la cabeza hacia, para que caiga mejor al suelo la última calderilla que llevan en sus bolsillos. El sangrado, en medicina, quiere decir una hemorragia. Pues esto precisamente es lo que nos pasa con los excesivos impuestos que pagamos en España, y mejor hablar poquito de los trabajadores que dependen directamente de una nómina, cada vez más anoréxicas. Ahora que se habla de una reforma en profundidad de la anticuada fiscalidad que hay en nuestro país, creo que es momento de dejar un poco tranquilas las nóminas y a los autónomos, y mirar para otras partes donde hay abundancia de billetes de 500 que nadie toca.
Los tiempos cambian para todos, no sólo para unos pocos, que además son los de siempre: los trabajadores. El mayor mosqueo social, calificado bajo el epígrafe de indignación, viene precisamente de que aquí siempre pagamos los mismos, sea en forma de nóminas cuesta abajo, parados, desahucios, recortes y desmejoras en lo que más nos llevaba a pensar que vivíamos bajo el techo de una sociedad bastante igualitaria a través de la educación y la sanidad. Lo que se preconizó en el siglo XX para el XXI, todo ello se ha quedado en agua de borrajas. Hacer más leña del árbol caído, no es ni tolerable ni asumible. Aunque lo variopinto de España da para todo tipo de recelos, incluso este tan persistente de jorobar fiscalmente siempre a los mismos.