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LA VIDA DE BLANCA

Publicado el 17 de noviembre de 2009 en el Diario Montañés

Me encantaba oír pronunciar al difunto periodista Andrés Montes esa frase que le hizo famoso de “¡porque la vida puede ser maravillosa”! Cuando salí de la edad del pavo y empecé a pensar en serio con veinte años lo que quería hacer realmente con mi vida, claro que pensé en independizarme de mis padres con un trabajo y una vivienda que me acogiera a mí sólo, además de tener aventuras dentro y fuera de mi propia localidad y, por supuesto, amigos, muchos amigos con los que aprender y divertirme. No era distinto de lo que piensa ahora Blanca. Veinte años, guapa, ojos verdes cubiertos por unas gafas elegantes, observadora y dicharachera, amable, ni que decir que le coges cariño en cuanto la conoces. “Sí, la vida es maravillosa y tengo tantas cosas por hacer: conocer a mucha gente, quiero ser periodista, y también montar a caballo…” Blanca San Emeterio ha llegado a la veintena de su vida estando siempre enferma, desde que nació. Padece una “cardiopatía congénita compleja”, que la ha deslomado muchas veces, tantas como los más de 200 ingresos en Valdecilla, nuestro gran hospital, donde adoran a “su niña”. ¡Cómo se ha aferrado esta criatura dulce a la vida, a su vida! En cierta ocasión, para qué recordar el año concreto de sus veinte, hubo que trasladarla de urgencia en helicóptero a Madrid para que siguiera su camino, lo que ella quiere ante todo: hacer camino. Hay dos cosas que yo pienso, Blanca: ¿cuántos hemos ido de pequeños en helicóptero? Muy pocos. Y la segunda: con la edad que tienes, pocos también podemos ser definidos como hombres y mujeres hechos y derechos. Pues bien, lo pienso de ti: pienso que eres una pequeña-gran mujer. Que eres un buen ejemplo para otras muchas personas que pueden estar en una situación parecida a la tuya. “Les quiero decir que hay que aprovechar cada momento, estar a bien con lo que tienes y disfrutarlo poniendo todo tu empeño y toda tu ilusión en ello”.

Después de haberse sometido a demasiadas operaciones, en efecto, Blanca es un cañón que lo mismo dispara sonrisas, consejos, sin dejar de mirar un instante a los suyos. Rafael, su padre, falta ya por desgracia, pero cuando sólo piensa en él los preciosos ojos verdes se agrandan hasta parecer pelotas de tenis. Su madre, Paz, su hermano, Rafa, están siempre ahí, a su lado. En la casa de esta familia se respira cariño de esquina a esquina,  aunque la lucha ha estado y está también muy presente. El cuarto de Blanca, donde escribe y escribe, es muy acogedor. Puede incluso pasar desapercibida toda la maquinaria que la ayuda a vivir mejor. Ella es muy consciente de lo que tiene, me refiero a la enfermedad, y de la gente que la quiere. Tras conocerla, no creo que pueda suceder que un enfermo no encuentre a la vez el cariño y la comprensión de quienes le rodean, pero es verdad que Blanca tiene mucho. “Me duele aquí, y aquí también, las piernas a veces son como chicle”, te describe como si nada, pero le encanta pasear con su madre o con quien se tercie. No ha tenido mucho tiempo de conocer amigos, estudia a distancia, pero está agradecida con quién ha llegado a ser. Creo que fue un clásico, por cierto a Blanca le gusta el negro y le sienta bien, quien nos orientó acerca de que hablar es un gran principio, que con un cuerpo pequeño e insignificante, lleva  a cabo divinísimas obras, porque puede en efecto hacer cesar el sufrimiento, quitar las penas, y producir alegrías e incrementar el afecto.  Con Blanca puedes estar hablando horas y horas, y aprendes de ella. Generalmente, los seres humanos somos muy dados al “me duele hasta el alma” y a la excusa poco seria con la enfermedad más insignificante. En el tiempo que hablo con Blanca no le oigo un reproche, habla con mucha fluidez pero no parece conocer el castigo verbal, la crítica, ni por supuesto la envidia, algo que la hace aún más única.

Para ella, el futuro es hoy. Junto a su cardiopatía congénita compleja, tiene hereditario la comprensión, la bondad, la lucha y el empeño por vivir. Para su edad, está preparada como una fuera de serie. Piensa lo que dice, sabe lo que quiere, habla bien, y si la plantas en un atril delante del que hay sentados mil invitados, convence con su verborrea del primero al último. Le digo que la profesión de periodista es muy dura, ¡dejaré de saberlo yo!, pero naranjas de la china. La “Niña de Valdecilla”, de su madre y de su hermano, de su padre que la observá desde el lugar que ocupa hoy, la niña es toda una mujer que sabe muy bien que la enfermedad la ha privado de demasiadas cosas, aunque nunca es tarde para ver cumplidos determinados sueños. “No quiero pensar en los momentos malos, soy soñadora, y ceo que me quedan aún muchas cosas por hacer y puedo ofrecer mucho de mí a la familia, a mis vecinos y a muchos amigos, que aún no tengo, pero que en un momento dado puedo encontrarme a la vuelta de la esquina”. Convicción no le falta. Deseos, tampoco. En el hospital o recluida en casa, no le ha dado tiempo aún a conocer lo dura que puede ser la vida, máxime con lo mal que se porta en demasiadas ocasiones esta sociedad con sus enfermos o discapacitados. A Blanca, todo ello, no parece importarle un pimiento porque quiere ver y comprobar por sí misma y, lógicamente, no le vale con saber de lo que lee o de lo que le cuenta su madre o su hermano. Ella quiere ser ella, y poner toda la pasión que tiene dentro en aquello que inicie. Otro, yo mismo, pienso que esta criatura tiene una enfermedad de la que ni siquiera había oído hablar antes de sentarme a charlar con Blanca. Esa es la grandeza de esta historia que les transmito. Es un punto y aparte en mi vida haberme topado con Blanca, y para dejar de hablar por hablar y sentir el sufrimiento personal de otros, ningún antídoto mejor que hacerse amigo de ellos. Nos presentó Mercedes, que la vio bien pequeñita en Valdecilla y a su vera sigue. Desde que estreche su mano hace ya días, Blanca San Emeterio, es mi amiga.

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