Históricamente, Estados Unidos, Alemania, Francia y, ahora, Brasil, saben lo que es dar entrada a cerebros, y no dejarles ya regresar a sus países de origen, que no supieron ver en ellos y en ellas su tremendo potencial. España vive como una auténtica sangría la diáspora de científicos, ingenieros, creadores, médicos, licenciados, en su gran mayoría jóvenes, que tienen una formación y unas posibilidades increíbles. Es indignante (para nosotros como país “proveedor” de cerebritos), la reciente afirmación de la ministra de trabajo alemana, al decir que los trabajadores cualificados españoles son más que bien recibidos en su país. Al escuchar semejante orgullo fuera hacia nuestros jóvenes cachorros, se te cae el mundo encima, porque no sabemos valorar lo que tenemos, y no somos capaces de retenerles mediante un trabajo digno. Su país, España, no les da ni les ofrece nada, más bien les quita. Incluso las posibilidades de seguir estudiando están mermadas con tanto recorte, que ha quedado demostrado que va a ser mortal a medio y largo plazo, porque será más lo perdido que lo ahorrado.
Con sus elecciones de hace unos días, Italia acaba de decir no a esta política; Francia pide igualmente un cambio de rumbo, y sólo se ve una auténtica beneficiada con esta política de austeridad, que no es otra que Alemania. Está todo por los suelos, trabajo, consumo, ilusiones, pero cuando se te va un hijo a trabajar fuera, efectivamente, pierdes demasiado. Pierdes tú, como madre, padre, abuelo o hermano. Pierde el país, la región y la ciudad donde vivían todos estos jóvenes que emigran. Con decirles que tienen que ser emprendedores, no basta. El desarrollo propio tiene que seguir su camino, y hacerlo con la participación de ellos en todo el engranaje industrial, empresarial, económico, social y político español. Nos vamos a quedar sólo con nuestros viejos, más los de Suecia y Noruega, pero lo que necesitamos realmente es savia nueva. Necesitamos a nuestros jóvenes, bien preparados, con ganas, y con una ilusión que aquí no queremos o no sabemos alentarles para que se queden. ¡Qué gran dolor interno, madre mía, que bien que pagaremos!