La economía y el poder se han conjurado para que los demás no seamos felices. Raro es que alguien no tenga un fantasma en la cabeza en forma de preocupación. El paro, perder el trabajo o la casa, el sueldo que no llega, empleo para los hijos, la preocupación por la sanidad y los medicamentos, o estar realmente enfermo, que es peor. Es sólo una muestra pequeñita de lo que puede acuciar según sea el caso, pero hay que luchar y arañar constantemente a la vida en busca de ser felices. A fin de cuentas, que es una vida sin felicidad. Pues en la respuesta no caben medias tintas, una vida sin felicidad es una mierda de vida.
Y tampoco cabe exponerlo y quedarnos con la miel en los labios. Hay que ganarse día a día la felicidad. Por muy difíciles que sean nuestros problemas, todo tiene solución menos la muerte. Tenemos que ir en busca de la sonrisa, de la alegría, de creer en nosotros mismos, de ver el amor en muchas cosas que nos ofrece la vida, desde que amanece hasta que anochece. No digo que sea fácil. Lo que digo es que lo intentemos. Es más: si nosotros respondemos con este talante hacia la vida, de paso podemos alegrar a los que nos rodean, que a buen seguro necesitan de lo mismo que nosotros. Hay que quitarse las esposas que nos apartan pensar y ser, en positivo, por muy jodido que esté el panorama.